Cuando el programa Erasmus cumplió 25 años, el ex vicepresidente de
la Comisión Europea Manuel Marín recordó públicamente cómo y cuándo
surgió ese invento académico que acabó convirtiéndose en uno de los
engranajes del proyecto europeo.
Corrían los años 80 y, como ahora, muchos habían olvidado el papel que el carbón y el acero habían tenido en la reconciliación franco-alemana y en la instauración de la paz en el continente. El derrumbe de las dos dictaduras ibéricas, la portuguesa y la española, ofrecía en aquellos años una oportunidad para apostar por la ampliación y la culminación del mercado común. Se hizo, y también se impulsó lo que se llamó la Europa de los Ciudadanos. Ahí apareció el proyecto Erasmus, un programa de intercambio de estudiantes que ha hecho más por la integración europea de lo que entenderemos jamás. Esta semana volvió a ser noticia, pero en un contexto distinto al de entonces. En pleno descrédito de la Unión Europea, y tras años de recortes, el ministerio que dirige José Ignacio Wert decidió, con el curso ya empezado, suprimir las ayudas estatales a los erasmus que no reciban beca general. Su decisión llegó después de cambiar las exigencias para ser beneficiario de una beca y elevar la nota a un 6,5.
El enfado nacional colapsó Twitter. España es uno de los países que más estudiantes envía y recibe, y la mayoría se encontraba ya en sus países de acogida. Algunos de esos alumnos aprovecharon la plataforma de queja colectiva change.org para formular una petición que ayer ya habían firmado más de 200.000 personas. El malestar, además, llegó hasta la propia Comisión Europea, que pidió al gobierno de Rajoy que rectificara y, para sorpresa de todos los españoles -nada acostumbrados a las disculpas políticas-, lo hizo. Lo curioso es que antes de que se produjera el milagro algunas comunidades anunciaron que sacarían de sus arcas el dinero necesario para ayudar a los erasmus. También José Miguel Pérez tuvo su momento épico y se mostró partidario de compensar a los jóvenes. Su propuesta habría significado algo si no se tratara del mismo consejero que hace menos de un año decidió suprimir las ayudas de movilidad a los jóvenes que estudiaran fuera una carrera que se ofertara en el Archipiélago y a los erasmus. Entonces argumentó lo mismo que Wert: darle más a los que menos tienen.
Europa necesita que los jóvenes sigan siendo sus mejores embajadores, pero también a políticos que sepan capaces de aprender del pasado y, aun así, de debatir y analizar cómo debe ser el futuro en un momento extremadamente complicado. Pero sin mentiras, por favor. Si los ciudadanos no son lo primero, no habrá Europa, pero tampoco España o Canarias.
Corrían los años 80 y, como ahora, muchos habían olvidado el papel que el carbón y el acero habían tenido en la reconciliación franco-alemana y en la instauración de la paz en el continente. El derrumbe de las dos dictaduras ibéricas, la portuguesa y la española, ofrecía en aquellos años una oportunidad para apostar por la ampliación y la culminación del mercado común. Se hizo, y también se impulsó lo que se llamó la Europa de los Ciudadanos. Ahí apareció el proyecto Erasmus, un programa de intercambio de estudiantes que ha hecho más por la integración europea de lo que entenderemos jamás. Esta semana volvió a ser noticia, pero en un contexto distinto al de entonces. En pleno descrédito de la Unión Europea, y tras años de recortes, el ministerio que dirige José Ignacio Wert decidió, con el curso ya empezado, suprimir las ayudas estatales a los erasmus que no reciban beca general. Su decisión llegó después de cambiar las exigencias para ser beneficiario de una beca y elevar la nota a un 6,5.
El enfado nacional colapsó Twitter. España es uno de los países que más estudiantes envía y recibe, y la mayoría se encontraba ya en sus países de acogida. Algunos de esos alumnos aprovecharon la plataforma de queja colectiva change.org para formular una petición que ayer ya habían firmado más de 200.000 personas. El malestar, además, llegó hasta la propia Comisión Europea, que pidió al gobierno de Rajoy que rectificara y, para sorpresa de todos los españoles -nada acostumbrados a las disculpas políticas-, lo hizo. Lo curioso es que antes de que se produjera el milagro algunas comunidades anunciaron que sacarían de sus arcas el dinero necesario para ayudar a los erasmus. También José Miguel Pérez tuvo su momento épico y se mostró partidario de compensar a los jóvenes. Su propuesta habría significado algo si no se tratara del mismo consejero que hace menos de un año decidió suprimir las ayudas de movilidad a los jóvenes que estudiaran fuera una carrera que se ofertara en el Archipiélago y a los erasmus. Entonces argumentó lo mismo que Wert: darle más a los que menos tienen.
Europa necesita que los jóvenes sigan siendo sus mejores embajadores, pero también a políticos que sepan capaces de aprender del pasado y, aun así, de debatir y analizar cómo debe ser el futuro en un momento extremadamente complicado. Pero sin mentiras, por favor. Si los ciudadanos no son lo primero, no habrá Europa, pero tampoco España o Canarias.
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