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Mostrando entradas de enero, 2013

El amor después del amor

Siempre me encantará. Hoy salió el homenaje a El amor después del amor a la venta en España, aunque en Canarias fue imposible encontrarlo...

Mi música

En el año 2001 apenas había tiendas de discos en Sevilla. En el centro, colonizado por el Corte Inglés, solo había un espacio -de dos plantas- para Sevilla Rock. No era una cadena, aunque tenía su tienda gemela, Madrid Rock. Cuando llegué a Sevilla vivía muy cerca y pasaba a diario por su puerta. A veces entraba y otras pasaba de largo rumbo a la facultad, pero siempre solía estar llena. No duró demasiado. Imagino que no fue capaz de soportar la fuerte competencia y solo continuó abierta algunos años. No más de cuatro. Entonces, si callejeabas, podías encontrar alguna otra tienda pequeña, regentada por algún romántico empeñado en vender canciones. Pero la música, en general, era patrimonio de El Corte Inglés. No había sitio para historias como la de Alta Fidelidad. En Tenerife, el panorama era bien distinto. Entonces los discos no se compraban en centros comerciales. En La Laguna había, al menos, tres tiendas especializadas. La crisis de la industria tardó un poco

No, no y no

Casi todo lo que voy a contarles hoy lo saqué de un artículo que Leila Guerriero publicó en la revista El Malpensante hace un tiempo. En el año 2004 los periódicos argentinos publicaron la historia de Bernard Heginbotham, un británico de 100 años que un día, harto de ver los dolores que soportaba su mujer, entró en la habitación del geriátrico en el que ella pasaba sus días y le rebanó el cuello. Lo detuvieron y lo juzgaron, pero la Corte de Preston decidió que había sido un verdadero acto de amor, que no tenía culpa. El hombre no quería escuchar más hablar de resignación o de piedad y, tras 67 años amando a su mujer, agarró un cuchillo y le quitó la vida. Quizá este ejemplo no sea el más apropiado, pero, sorteando en parte el debate ético, a Guerriero le sirvió para pensar en lo que ha significado decir no a lo largo de su vida. Ella recuerda perfectamente la primera vez que dijo un no rotundo. No soportaba las clases de solfeo a las que, obligada, acudía a diario. Un