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Mostrando entradas de 2015

Refugiados

                      La primera vez que los vi no sabía quiénes eran ni por qué estaban allí. Era siete de agosto, hacía mucho calor y solo habían pasado un par de horas desde que habíamos aterrizado en Belgrado. Era imposible contarlos, pero en el parque que estaba al lado de la estación de trenes había cientos de personas. Algunos estaban sentados, otros, tumbados; todos, con cara de cansancio. Los belgradenses cruzaban el parque como si no estuviese lleno de familias. Entré al hotel, cogí la wifi y empecé a buscar información en Internet. La mayoría, contaban algunos medios anglosajones y germanos, venían de Siria, pero también procedían de Irak, Afganistán o Bangladesh. Todos huían de la guerra, de esos estados fallidos a los que la paz nunca llega. Leí todo lo que encontré, pero seguía pensando que era imposible que todo eso estuviese ocurriendo de verdad y que apenas se supiera, que hubiese tenido que ir hasta allí para saberlo. Sentí mucha vergüenza por mi ignorancia y una tris

El rompecabezas bosnio

- La mayoría de los turistas no llegan a Sarajevo atraídos por el cruce de culturas, sino por la guerra. ¿No les molesta? - No. París tiene la torre Eiffel, Roma tiene el Coliseo y nosotros tenemos la guerra. Es nuestro valor diferenciador. Ervin lleva muchos años dedicándose a enseñar su ciudad. Al principio lo hacía solo por placer, era voluntario en una plataforma colaborativa similar al couchsurfing, una especie de asociación donde cada miembro ofrecía lo que podía: desde un sofá hasta la experiencia que da ser protagonista de la historia reciente. Cuando su madre enfermó, decidió hacer de su vocación una manera de ganarse la vida. Sigue dedicando algo de su tiempo a contar de forma gratuita por qué Bosnia y Herzegovina (ByH) es hoy un país tan complejo administrativamente que tiene tres presidentes a la vez, uno por cada etnia – bosniacos (musulmanes ), serbobosnios (ortodoxos) y croatas (católicos)-, pero, además, ha confeccionado una visita donde cuenta

Ismael

El primer disco que escuché de Ismael Serrano –  Papá cuéntame otra vez – me lo prestó mi amigo Pablo cuando estábamos en segundo de BUP. Era de su hermano. Fue también él quien me descubrió a Silvio Rodríguez –  Y Mariana -, a pesar de que en casa y en el coche de mis padres era habitual escuchar la voz del cubano. Desde entonces han pasado más de 15 años y 11 conciertos de Ismael. El martes, antes de ir al undécimo recital, en el Teatro Guimerá, pensaba en cómo me gustaba entonces el vallecano y en cómo me gusta ahora. Sigo acudiendo a escucharlo siempre que puedo, lo he entrevistado dos veces, he escrito un par de crónicas de sus actuaciones. Lo he visto en Sevilla y en Tenerife. Siempre acaba emocionándome, pero los sentimientos de los primeros años han cambiado bastante. Ahora a veces me cansa su pose teatralizada, su excesiva soleminidad, y hay canciones que no me terminan de convencer. Me ha costado reconcerlo. Supongo que es algo que ocurre con los ídolos, pero sobre todo con

Los impostores

A Javier Cercas le costó años decidir si escribiría la historia de Enric Marco, un nonagenario barcelonés que se hizo pasar por un sobreviviente de los campos de concentración nazi y que fue desenmascarado en 2005, mucho tiempo después de que se hubiera convertido en presidente de la asociación española de víctimas y en conferenciante estrella. La historia le planteaba un gran dilema: no sabía si era correcto o no retratar a un hombre que había hecho del autoengaño y la mentira una forma de vida y que había generado tanto dolor entre los familiares y las víctimas reales del Holocausto. Habló con historiadores y escritores, conoció al propio Marco mucho tiempo antes de decidir que contaría su invento, vio en primicia el primer documental que se hizo sobre el personaje, conversó con uno de sus creadores, y siempre llegaba a la misma conclusión incómoda: si acababa firmando ese libro, si entrevistaba incontables veces a Marco, tendría que ponerse en su lugar, debería hacer lo posible por

Las listas

Hay algo perverso en hacer listas. Cada vez que un año termina los suplementos culturales de todos los periódicos elaboran relaciones de las mejores novelas, ensayos, discos y hasta palabras. Además, si tienen tiempo y expertos suficientes, terminan de pulir esas listas añadiéndoles el criterio geográfico o el estilo. Las mejores canciones de rock en castellano, los ensayos extranjeros más impactantes, los intelectuales iberoamericanos más influyentes, las noticias más relevantes en la esfera internacional y hasta la palabra española más destacada. Antes de empezar un nuevo año necesitamos archivar bien el anterior; así, una vez que echemos la vista atrás, podremos saber exactamente cómo fue 1983, 1992 o 2014: qué leímos, qué escuchamos, qué ocurrió, qué nos dijimos. La manía de enumerar fechas, sonidos o textos es un mecanismo artificial para luchar contra la pérdida de memoria. Hay fechas que no se olvidan, acontecimientos que, para bien o para mal, quedan grabados. Pero hay un con