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Los muros que nos separan

La pirámide poblacional se reformulará. Los expertos ya advierten de los efectos de este cambio: no existe otra fuerza mayor capaz de determinar el futuro de la salud económica nacional, las políticas públicas y las políticas nacionales como el ritmo incansable al que envejece la sociedad. Este "boom" de la población anciana podrá destrozar presupuestos y decorar una crisis mayor que la que el mundo desarrollado ha afrontado. Algunos gobiernos han empezado a seguir la senda marcada por los economistas. Aumentar el tiempo de cotización, subir la edad de jubilación y entregar "facturas sombra" con el coste que un ciudadano supone para la seguridad social. Ninguna medida ha sido acogida con entusiasmo. Ni las banderas que enarbolan los políticos en pro de hacer más sostenible el sistema a medio plazo ni las epopeyas bíblicas de unos empresarios altivos que quieren que el pueblo llano deje atrás sus logros sociales.

Las manifestaciones en Francia han dejado patente que existen muchos muros en esta bola salpicada de tonos azules y terracotas. Algunos son físicos y separan dictaduras de democracias, derechos humanos de atrocidades, catalogan a las personas en función del sitio en el que nacieron. Y miramos hacia ellos con tristeza. Otros, llegan hasta muy alto, tapan las horas de sol, pero no se levantan con ladrillos. Son psicológicos y proyectan sombras infinitas. Hay datos que dejan poco espacio para las dudas. El número de personas con derecho a pensiones está a punto de sobrepasar al número de trabajadores en activo, a los empleados que financian esas garantías y que han hecho que la palabra bienestar pueda acompañar siempre a la de estado. Felipe González lo ha dicho ya: El sistema de pensiones es "lo más justo", pero para que sea sostenible hay que reformarlo. Ahora "vivimos más y mejor".

El mundo está cambiando. Nos corresponde a todos participar en el nuevo diseño, no sólo a unos pocos. Esta sentencia es el muro que no permite que se haga ninguna reforma en aras de mantener el sueño de una calidad de vida hasta la tumba. Que la clase dirigente quiera efectuar el cambio sin diálogo y, sobre todo, que esa casta "privilegiada" no esté en el epicentro de las transformaciones de estos días, no es plausible. A ellos se les ha olvidado que no todos somos iguales -nunca lo hemos sido- pero todos sí que tenemos que tener las mismas oportunidades. Y a ellas se llega con el beneficio de los derechos y la exigencia de las obligaciones. La corrupción inacabable y las pretensiones unilaterales de recortar derechos sólo llevarán al malestar, al gasto más indiscriminado de lo público, al olvido de que el Estado somos todos, a ignorar que la pintura que tapa los grafitis y las papeleras nuevas que sustituyen a las quemadas corren a cargo del bolsillo de todos.

En una pared de Barcelona se puede leer: "Hay muchas maneras de matar. Pueden clavarte un cuchillo en el vientre, quitarte el pan, no curarte una enfermedad, meterte en una mala vivienda, torturarte hasta la muerte por medio del trabajo, llevarte a la guerra, etc. Sólo algunas de estas cosas están prohibidas en nuestra ciudad". Ojalá podamos derribar todos estos muros sin necesidad de recurrir a las pedradas.

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