Ir al contenido principal

El periodismo de la crisis

Se escucha en las calles, en las mesas de los aromáticos cafés, en las cromáticas librerías de hoy y en los periódicos que aun destilan la tradición de ayer. ¿Acabará Internet con el papel? El ocaso del imperio de lo impreso anuncia su fin. Lleva años haciéndolo.Primero, con tímidos hipervínculos en aquella Red que diluía fronteras con un simple click.Luego llegó su hegemonía. Un ordenador en cada hogar y la universalización de la información consagrada como logro de una civilización que cabalgaba a lomos de la imparable tecnología. Mientras toda esta historia se escribía en los libros, sólo hubo tenues lamentos, aderezados con alguna transformación que se quedaba obsoleta cuando aun se estaba fraguando. Fue la crónica de una muerte anunciada, pensaron muchos. Creyeron que era la tecnología la que había arramblado con la esperanza que se respiraba en las redacciones de los periódicos. Que el mundo corría más deprisa, y que igual que las impresiones coetáneas estaban muy lejos de la primera Biblia de Gutenberg, la digitalización pintaba un paisaje nuevo.

La ciencia, sin embargo, no era causa ni efecto único de la crisis que se vivía. El debate esencial nunca fue el cambio de soporte. Era la perversión de la información, el destierro de los conocimientos al cajón de los trastos viejos. El problema era, y es, que el público desaparecía, que los lectores se paraban en los kioskos a comprar tabaco, pero no diarios. Los periodistas, muchas veces enajenados por la supremacía lógica que le concedían a la información, focalizaban su odio en aquéllos que desterraban de sus prioridades la lectura del diario. Los desertores, que abanderaban la libertad del blog, habían advertido ya el enjambre de intereses en el que convivían las empresas de comunicación. Se dieron cuenta de que el cuarto poder reunía demasiados vicios propios de otros poderes, que los periódicos denunciaba realidades que también acontecían en su seno. La democracia que prometía Internet los deslumbró.Al mismo tiempo, las empresas de comunicación, gobernadas por empresarios ajenos al sector, que buscaban la misma rentabilidad que en otro negocio, no entendían que en plena crisis hubiera que apostar por algo que pocos demandaban. Si muchos no quieren leer y los responsables del imperio pierden beneficios, ¿dónde tiene que quedar la información? Los últimos estudios dicen que el consumo de prensa, digital y escrita, cae. Nuevos canales se han abierto paso y están aniquilando el paradigma que tanta rentabilidad generó. En un escenario así, el periodismo sobrevivirá si es realmente útil y comprometido.Sólo así podrá recuperar su contacto con la sociedad. Esta profesión también ha sido una de las causas de la crisis. Su maridaje con la política y su relación promiscua con intereses no tan ocultos, han destrozado algunos de los pilares de la democracia. Hoy se los acusa de no poder publicitar en sus páginas de contacto la explotación que denuncian a cuatro columnas en otra. Ese apunte, surgido desde la élite política que quiere prohibir la publicidad de prostitución, resume todo este proceso. Hablar de linotipias, portátiles, páginas web, enlaces y vídeos enriquece el debate. Pero para nada es la solución. Cambiamos el nivel de las conversaciones o esto se acaba.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mezquino azar

En las estanterías de cualquier bazar, situado en una céntrica calle de una capital europea, se amontonan las baratijas más variadas. Todas ellas, señuelos de la identidad de los países, sustentan la pequeña economía impulsada por los turistas desmemoriados. Una flamenca, un toro y una tortilla. Una Torre Eiffel, un Arco del Triunfo o el Moulin Rouge. El Coliseo, Vittorio Emanuele o Piazza Navona. La ingeniería de la miniatura es capaz de albergar cualquier símbolo con esencia patriótica. Si uno busca más allá de esos muestrarios que creen constreñir la esencia cosmopolita, se pueden hallar, también, creaciones más localistas. Una cutre Sagrada Familia o un Miró a pequeña escala pueden terminar en el salón de casa. Todas, amontonadas en cualquier esquina, están buscando con afán atraer la mirada del espectador, engatusarlo. Justo lo que intenta hoy hacer el nacionalismo. Lo que nadie se imagina es al vendedor, herramienta indispensable de este mercado, obligando a pagar por un trozo de

Por qué García Márquez odiaba las entrevistas

A Gabo no le gustaban las entrevistas. Hace años contó por qué. Se dio cuenta de que las entrevistas habían pasado a ser parte absoluta de la ficción, y que en ese camino, además de perder originalidad, se había permitido que aflorara la más burda manipulación. No sé exactamente la fecha, pero sí que han pasado ya más de 30 años desde que el Nobel de Literatura argumentara sus consideraciones acerca de este género informativo. Sus pensamientos sobre este asunto y de otros han quedado recogidos en un maravilloso libro, Notas de prensa. Obra periodística (1961-1984). Detro de él hay dos textos en los que el colombiano reconoce su aversión a las entrevistas. Se titulan ¿Una entrevista? No, gracias y Está bien, hablemos de literatura . En el primero de ellos insiste en la necesidad de la complicidad, algo que hoy aterra a los periodistas de raza. “El género de la entrevista abandonó hace mucho tiempo los predios rigurosos del periodismo para internarse con patente de corso en los mangl

No, no y no

Casi todo lo que voy a contarles hoy lo saqué de un artículo que Leila Guerriero publicó en la revista El Malpensante hace un tiempo. En el año 2004 los periódicos argentinos publicaron la historia de Bernard Heginbotham, un británico de 100 años que un día, harto de ver los dolores que soportaba su mujer, entró en la habitación del geriátrico en el que ella pasaba sus días y le rebanó el cuello. Lo detuvieron y lo juzgaron, pero la Corte de Preston decidió que había sido un verdadero acto de amor, que no tenía culpa. El hombre no quería escuchar más hablar de resignación o de piedad y, tras 67 años amando a su mujer, agarró un cuchillo y le quitó la vida. Quizá este ejemplo no sea el más apropiado, pero, sorteando en parte el debate ético, a Guerriero le sirvió para pensar en lo que ha significado decir no a lo largo de su vida. Ella recuerda perfectamente la primera vez que dijo un no rotundo. No soportaba las clases de solfeo a las que, obligada, acudía a diario. Un