Eran días de dolor transfronterizo, de ciudadanos acomodados que tenían tiempo para gritar en las calles, de guerras que ocurrían en Oriente Medio, y que dejaban damnificados morales en España. Una de esas tardes de primavera gris, quizás después de que algún B-52 minara de muerte Bagdad, José Saramago ocupó su papel de intelectual y se dirigió a todas aquellas personas que inundaron carreteras y plazas para exigir la retirada de las tropas y el fin de esa democratización sangrienta bajo la excusa de acabar conSadam Hussein: "En el mundo existen dos superpotencias. Una es Estados Unidos; la otra eres tú, la opinión pública". Esa sentencia se convirtió en el baluarte de un movimiento espontáneo, que no se repitió cuando los soldados españoles viajaron hacia su siguiente misión. Hoy, estos soldados convertidos en misioneros de la paz pasan las hojas del calendario en un Afganistán donde el terrorismo y la estrategia geopolítica se dan la mano. Pero ese día que marcharon, no hubo elencos de artistas dispuestos a clamar por la sostenibilidad de ese territorio. Tampoco protestas masivas capaces de derretir las éticas más perversas, y de convertirse en esas primeras páginas de periódicos que, años más tarde, son la imagen de una época. Ni mucho menos hubo alguna canción, como aquella de Luis Pastor, que se erigió como banda sonora de un instante en el que la solidaridad parecía contagiarse por doquier.
España se refugió en los pronombres y abogó por generalizar. Cuando los estómagos vacíos no tienen nombre, cuando nadie sabe nada de los padres de los muertos, y los burkas esconden bocas sin dientes, la congoja se reduce a su máxima expresión. Y eso ocurrió cuando el superávit todavía no presagiaba un estado del bienestar arrodillado, una calidad de vida en caída libre, un gobierno sin timón ni timonel, una sociedad tan ensimismada en su tristeza que no estaría capacitada para perseguir utopías. Ahora, las prioridades se han transformado.El Gobierno socialista, ése en el que España confió cuando la derecha llevó a máximos históricos la mentira como mecanismo electoral, acaba de acribillar la esencia del socialismo que tanto preconizó. Gracias a un mísero voto, Zapatero, con la mandíbula desencajada, yElena Salgado, sin poder centrar la mirada, han logrado aprobar el mayor recorte de la democracia. Y lo han hecho prescindiendo de toda ideología, sin reconocer un error, enterrando aún más la confianza en la política, y apelando a la responsabilidad. Los populares no han apoyado la decisión delEjecutivo.Saben que hay que atajar el déficit, pero su postura ante el decreto fue sólo un castigo a un Zapatero que se enfrentará a los presupuestos de vértigo. El mismo presidente que hace meses, en el programa televisivo 59 segundos, se atrevió a decir que a él nada le quitaba el sueño cuando un ciudadano le espetó que si el elevado índice de paro influía en su descanso. Hoy, el sueño sí que lo han perdido casi cinco millones de españoles que no pueden correr hasta el supermercado cada día uno. Son días de dolor nacional, de medidas anticrisis que no sirven casi ni para pagar los intereses de los préstamos, y de personas desesperadas en los semáforos. Vienen años en los que la solidaridad será un bien en extinción, y esas pequeñas superpotencias, una quimera más necesaria que nunca.
España se refugió en los pronombres y abogó por generalizar. Cuando los estómagos vacíos no tienen nombre, cuando nadie sabe nada de los padres de los muertos, y los burkas esconden bocas sin dientes, la congoja se reduce a su máxima expresión. Y eso ocurrió cuando el superávit todavía no presagiaba un estado del bienestar arrodillado, una calidad de vida en caída libre, un gobierno sin timón ni timonel, una sociedad tan ensimismada en su tristeza que no estaría capacitada para perseguir utopías. Ahora, las prioridades se han transformado.El Gobierno socialista, ése en el que España confió cuando la derecha llevó a máximos históricos la mentira como mecanismo electoral, acaba de acribillar la esencia del socialismo que tanto preconizó. Gracias a un mísero voto, Zapatero, con la mandíbula desencajada, yElena Salgado, sin poder centrar la mirada, han logrado aprobar el mayor recorte de la democracia. Y lo han hecho prescindiendo de toda ideología, sin reconocer un error, enterrando aún más la confianza en la política, y apelando a la responsabilidad. Los populares no han apoyado la decisión delEjecutivo.Saben que hay que atajar el déficit, pero su postura ante el decreto fue sólo un castigo a un Zapatero que se enfrentará a los presupuestos de vértigo. El mismo presidente que hace meses, en el programa televisivo 59 segundos, se atrevió a decir que a él nada le quitaba el sueño cuando un ciudadano le espetó que si el elevado índice de paro influía en su descanso. Hoy, el sueño sí que lo han perdido casi cinco millones de españoles que no pueden correr hasta el supermercado cada día uno. Son días de dolor nacional, de medidas anticrisis que no sirven casi ni para pagar los intereses de los préstamos, y de personas desesperadas en los semáforos. Vienen años en los que la solidaridad será un bien en extinción, y esas pequeñas superpotencias, una quimera más necesaria que nunca.
Comentarios
Publicar un comentario