La historia se ha empeñado en contar que la genialidad no encuentra barreras a su paso, y que si la destreza de Charly García delante de un piano era evidente a los seis años, su escaño en el panteón del rock en español estaba escrito ya en alguna parte. También el papel de André Bretón como padre de un surrealismo que daría la vuelta al mundo, el de Salvador Dalí -que patentó su excentricidad con un pincel entre sus dedos-, el de la reciente galardonada con el Nobel de Literatura Herta Müller -armada con un lápiz y un comunismo cruel en sus entrañas-, o el de Pablo Picasso -a quien el cubismo lo ha definido hasta estos días-. No es patrimonio del dinero el don para sembrar el desconcierto, la pasión o la vocación. De hecho, suele tener más capacidad de pervertir los delirios que al final transforman algunos mundos. Así y todo, el esfuerzo de sociedades enteras, decididas a rellenar la brecha de la diferencia, impulsó el Estado del Bienestar garante de políticas sociales y de oportunidades: el sistema que hoy se halla frente al abismo. Dicen que el desamparo nacido al calor de esta repetida crisis puede destruirlo, arramblar con esos logros que la izquierda se ha atribuido.
También puede ayudar a ello que la educación deje de ceñirse a los principios de igualdad y solidaridad en unos tiempos ferozmente dañados por artificiales fronteras. Muros que se levantan dentro de los mismos países y que son construidos por gobiernos que abanderan la izquierda -aunque recuerden que son de centro- y que olvidan que la equidad no puede ser moneda de cambio en los aledaños del hemiciclo. El Ministerio de Educación que dirige Ángel Gabilondo lleva tiempo consensuando con las comunidades autónomas el nuevo modelo de política universitaria para todo el Estado. El Gobierno central quiere establecer diferentes umbrales para acceder a las ayudas públicas en función del territorio. Si en una comunidad -Cataluña, País Vasco, Madrid...- la renta per cápita es mayor, el mínimo para acceder a una beca será más alto que en otra que esté a la cola (Canarias, Ceuta y Melilla). Es decir, un estudiante de una región más rica accederá a las ayudas con un poder adquisitivo más alto que en las Islas, intoxicándose ese rosario de bondad y de igualdad que acostumbra a plagar los discursos. Más aún cuando el calendario augura más días de semáforos donde los jóvenes intentan cambiar un paquete de pañuelos por una moneda. La que sea. Algo que ocurre en el mismo instante en el que Zapatero recluta los pilares parlamentarios imprescindibles para dar el visto bueno a la subida del IVA. En su alegato en favor de la medida -y para callar a los que decían no a gravar el consumo- el presidente tuvo palabras claras. Todos los españoles deben hacer el esfuerzo porque así se ayudará a los más necesitados y, además, se sufragará el paro de miles de ciudadanos y se invertirá en empleo para jóvenes. Perfecto. Ahora sólo falta ver qué tipo de trabajo encontrará esta generación ahogada antes de aprender a nadar y que cada día tiene más posibilidades de progresar según su residencia. La ramificación de este extravagante nacionalismo ya ha acuñado un nuevo lema: dime dónde naces y te diré hasta dónde puedes llegar. A no ser que aún queden locos con ganas de reformular nuestros días.
También puede ayudar a ello que la educación deje de ceñirse a los principios de igualdad y solidaridad en unos tiempos ferozmente dañados por artificiales fronteras. Muros que se levantan dentro de los mismos países y que son construidos por gobiernos que abanderan la izquierda -aunque recuerden que son de centro- y que olvidan que la equidad no puede ser moneda de cambio en los aledaños del hemiciclo. El Ministerio de Educación que dirige Ángel Gabilondo lleva tiempo consensuando con las comunidades autónomas el nuevo modelo de política universitaria para todo el Estado. El Gobierno central quiere establecer diferentes umbrales para acceder a las ayudas públicas en función del territorio. Si en una comunidad -Cataluña, País Vasco, Madrid...- la renta per cápita es mayor, el mínimo para acceder a una beca será más alto que en otra que esté a la cola (Canarias, Ceuta y Melilla). Es decir, un estudiante de una región más rica accederá a las ayudas con un poder adquisitivo más alto que en las Islas, intoxicándose ese rosario de bondad y de igualdad que acostumbra a plagar los discursos. Más aún cuando el calendario augura más días de semáforos donde los jóvenes intentan cambiar un paquete de pañuelos por una moneda. La que sea. Algo que ocurre en el mismo instante en el que Zapatero recluta los pilares parlamentarios imprescindibles para dar el visto bueno a la subida del IVA. En su alegato en favor de la medida -y para callar a los que decían no a gravar el consumo- el presidente tuvo palabras claras. Todos los españoles deben hacer el esfuerzo porque así se ayudará a los más necesitados y, además, se sufragará el paro de miles de ciudadanos y se invertirá en empleo para jóvenes. Perfecto. Ahora sólo falta ver qué tipo de trabajo encontrará esta generación ahogada antes de aprender a nadar y que cada día tiene más posibilidades de progresar según su residencia. La ramificación de este extravagante nacionalismo ya ha acuñado un nuevo lema: dime dónde naces y te diré hasta dónde puedes llegar. A no ser que aún queden locos con ganas de reformular nuestros días.
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