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Batalla televisada



Batalla campal y televisada. Faltaban solo tres minutos para que el sueño se cumpliera cuando cientos de personas invadieron el campo de Gran Canaria. La Unión Deportiva se había adelantado en el marcador y estaba virtualmente en Primera División. Solo quedaba el tiempo de descuento. En casa muchos ya lo celebraban; también en el campo. La gesta estaba prácticamente hecha, pero la avalancha de aficionados cambió el desenlace de una historia que estaba condenada a no tener un final feliz. El árbitro suspendió durante tensos minutos el encuentro. Cuando se reanudó, nada fue igual: los jugadores canarios, que habían mantenido la concentración y la superioridad durante los más de 90 minutos de juego, encajaron el tanto del empate y se despidieron del ascenso tras años sin jugar contra los grandes. Las bochornosas imágenes aparecieron en los principales medios de comunicación en pocos minutos y la seguridad en los campos de fútbol se convirtió en debate nacional. Pero, ¿fue un problema de medios o una simple chiquillada que se les acabó yendo de las manos?

Valentín Solano, jefe superior del Cuerpo Nacional de Policía en Canarias, aseguró ayer que los incidentes no se habrían producido si el estadio no hubiese abierto sus puertas y permitido la entrada a todos los aficionados que se agolpaban fuera. Es posible. Sin embargo, más allá de la investigación y la reconstrucción de los hechos, esta hipótesis no aborda el verdadero problema. Los campos de fúbol y de baloncesto de niños que ni siquiera han entrado en el instituto están plagados de padres que cada fin de semana actúan como matones. Se suben a las gradas y comienzan a despotricar del equipo contrario. No es la primera vez que una batalla campal similar tiene lugar en un pabellón o un descuidado campo de tierra de algún municipio. La violencia se respira en el ambiente. El lugar donde se deberían promocionar todos los valores asociados al deporte se llena de progenitores que no solo son incapaces de razonar, sino que se dedican a insultar y avergonzar a niños, es decir, a hacer apología de la violencia.

La educación explica muchas cosas, pero creo en la responsabilidad individual. Los protagonistas de lo ocurrido en Las Palmas tienen nombres y apellidos. Si generalizamos siempre, si optamos por relativizar y contextualizar cada desastre que ocurre, todo valdrá. Podemos y debemos buscar explicaciones, pero no legitimarlo todo.

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