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Nuestra tele

Miles y miles de millones tirados a la basura. A veces la perspectiva solo se consigue después de una gran tragedia, porque es entonces cuando se puede ver el horizonte arrasado. Este es uno de esos momentos. Después de la Dictadura España entró en un proceso de transformación profundo y caminó con firmeza hacia un sistema descentralizado. Quería construir un estado repleto de autonomías, todas excepcionales a su manera, y cedió muchas competencias, pero también permitió que se construyera un imperio audiovisual con sede en casi todas las comunidades. Primero llegaron las televisiones de las comunidades históricas; luego las demás. La historia reciente explicaba el fenómeno. Se venía de tiempos muy distintos a los de ahora. Decir centralización equivalía a decir opresión. En los años 70 el estatuto catalán era defendido en Madrid por jóvenes de izquierda que sabían que cuando gritaban por los derechos de los catalanes estaban luchando por los derechos de todos. A medida que avanzó la democracia no hubo gobierno que no quisiera colocar a los suyos en un mapa donde solo se veía con claridad la metrópoli. ¿Qué mejor idea que contar, también, con un canal hipersubvencionado desde el que mostrar la idiosincrasia del pueblo?

Hace unos días Willy García intervino en el Parlamento de Canarias para hablar de nuestra tele: “Los canarios somos verbeneros, folcloristas, nos gusta y eso es la Tele Canaria”. Su frase me recordó otra que dijo hace unos meses Paulino Rivero: “No entiendo que haya canarios que no sean nacionalistas”. Pues miren: resulta que hay canarios a los que no les entusiasman las verbenas, pero, sobre todo, los hay que están hartos de seguir tragándose un sistema putrefacto, una administración que ignora los méritos y las capacidades, y que premia la mediocridad complaciente. Tenemos televisiones públicas que no cumplen con su función -¿dónde está el servicio público ajeno a las exigencias de la audiencia?- y gobiernos nacionalistas -¿alguno no lo es ya?- que no tienen capacidad para gobernar. Y encima tienen la poca vergüenza de decirnos quiénes somos y cómo no deberíamos ser.

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