Ya lo dijo Bertolt Brecht: “El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. Es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política . No sabe que de su ignorancia nace la prostituta, el niño abandonado y el peor de todos los bandidos: el político corrupto, mequetrefe y lacayo del gran capital”. Ése que recorre organismos a bordo de su coche oficial, que nunca lleva monedero porque no lo necesita, que inventa soluciones mágicas y da lecciones de educación desde un despacho al que llegó gracias a una excedencia eterna, cuando era muy joven aún.
Apenas cotizó en la Seguridad Social antes y se labró un futuro a base de lealtad partidista. Se agarró a la silla de cuero de su despacho con fuerza y sólo la abandonó cuando le esperaba otra más cómoda, en otra oficina, con mejores vistas si cabe, o un salario engordado por algún plus difuso. Ahora no parece que estos puestos, que siempre llevaron cosido el calificativo de vocacional, congreguen a tantos candidatos. La crisis amenaza con estrujar esos sueldos anhelados. Ya lo dijo el ex ministro Miguel Boyer, “si bajan más los sueldos a los ministros, sólo querrán serlo los analfabetos”.
Habrá (más) analfabetos en elevados pisos de edificios tremendamente alejados de la realidad, con mesas de nogal sobre las que se escribirán los documentos que cambiarán el futuro. Abajo, sin mirar hacia las alturas, caminarán miles de personas, ajenas a las conversaciones que sobrevuelan sus cabezas. Luego, subirá la luz, el agua, se recortará el sueldo de más trabajadores públicos, se incentivará la banca -pero no la dignidad- y el paro llegará a los cinco millones. Al lado de todas estas noticias grises, los periódicos, dentro del mismo tono cromático, recordarán que España, y más Canarias, sigue liderando un fracaso escolar que empieza con intensidad en Primaria y que se condensa cuando se alcanza la Enseñanza Secundaria.
Y nos dirán que hacen falta importar criterios empresariales, repartir incentivos al profesorado, condicionar presupuestos de colegios a tasas de éxito académico. Es un buen camino. Los docentes de muchos institutos batallarán (ya lo hacen) por hacerse con la financiación imprescindible para darle mil vueltas a las entrañas de la pedagogía y despertar la curiosidad de incontables niños que escriben su nombre en sus pupitres. En la radio, seguirán sonando las canciones de reggaeton, las sobremesas contarán las vivencias de esos ‘Hombres, Mujeres y viceversa’ exportados de una tele italiana decadente y los puestos importantes seguirán decidiéndose a dedo, por esos políticos que sólo hablan de cambiar el modelo productivo.
Nadie explicará nada, porque no habrá quién exija una explicación. A algunos les costará entender las declaraciones de Boyer, que al parecer no se adentraría hoy en el ejecutivo (socialista) por dinero, no por convicciones. Los hombres de a pie, apelando a la ética, continuarán mirando hacia otro lado, en un intento de que la política les contamine lo menos posible. No sabrán que hubo quien sí llegó a la política por creencias y que hay ciudadanos que creen en la participación. La fábrica de analfabetos políticos y de políticos analfabetos seguirá con su producción en serie en una España donde es fácil reclutar mano de obra barata. Un país donde nadie sabe aún que la cultura del esfuerzo no se vende sobre papel, es un modo de vida.
Apenas cotizó en la Seguridad Social antes y se labró un futuro a base de lealtad partidista. Se agarró a la silla de cuero de su despacho con fuerza y sólo la abandonó cuando le esperaba otra más cómoda, en otra oficina, con mejores vistas si cabe, o un salario engordado por algún plus difuso. Ahora no parece que estos puestos, que siempre llevaron cosido el calificativo de vocacional, congreguen a tantos candidatos. La crisis amenaza con estrujar esos sueldos anhelados. Ya lo dijo el ex ministro Miguel Boyer, “si bajan más los sueldos a los ministros, sólo querrán serlo los analfabetos”.
Habrá (más) analfabetos en elevados pisos de edificios tremendamente alejados de la realidad, con mesas de nogal sobre las que se escribirán los documentos que cambiarán el futuro. Abajo, sin mirar hacia las alturas, caminarán miles de personas, ajenas a las conversaciones que sobrevuelan sus cabezas. Luego, subirá la luz, el agua, se recortará el sueldo de más trabajadores públicos, se incentivará la banca -pero no la dignidad- y el paro llegará a los cinco millones. Al lado de todas estas noticias grises, los periódicos, dentro del mismo tono cromático, recordarán que España, y más Canarias, sigue liderando un fracaso escolar que empieza con intensidad en Primaria y que se condensa cuando se alcanza la Enseñanza Secundaria.
Y nos dirán que hacen falta importar criterios empresariales, repartir incentivos al profesorado, condicionar presupuestos de colegios a tasas de éxito académico. Es un buen camino. Los docentes de muchos institutos batallarán (ya lo hacen) por hacerse con la financiación imprescindible para darle mil vueltas a las entrañas de la pedagogía y despertar la curiosidad de incontables niños que escriben su nombre en sus pupitres. En la radio, seguirán sonando las canciones de reggaeton, las sobremesas contarán las vivencias de esos ‘Hombres, Mujeres y viceversa’ exportados de una tele italiana decadente y los puestos importantes seguirán decidiéndose a dedo, por esos políticos que sólo hablan de cambiar el modelo productivo.
Nadie explicará nada, porque no habrá quién exija una explicación. A algunos les costará entender las declaraciones de Boyer, que al parecer no se adentraría hoy en el ejecutivo (socialista) por dinero, no por convicciones. Los hombres de a pie, apelando a la ética, continuarán mirando hacia otro lado, en un intento de que la política les contamine lo menos posible. No sabrán que hubo quien sí llegó a la política por creencias y que hay ciudadanos que creen en la participación. La fábrica de analfabetos políticos y de políticos analfabetos seguirá con su producción en serie en una España donde es fácil reclutar mano de obra barata. Un país donde nadie sabe aún que la cultura del esfuerzo no se vende sobre papel, es un modo de vida.
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