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Las listas

Hay algo perverso en hacer listas. Cada vez que un año termina los suplementos culturales de todos los periódicos elaboran relaciones de las mejores novelas, ensayos, discos y hasta palabras. Además, si tienen tiempo y expertos suficientes, terminan de pulir esas listas añadiéndoles el criterio geográfico o el estilo. Las mejores canciones de rock en castellano, los ensayos extranjeros más impactantes, los intelectuales iberoamericanos más influyentes, las noticias más relevantes en la esfera internacional y hasta la palabra española más destacada. Antes de empezar un nuevo año necesitamos archivar bien el anterior; así, una vez que echemos la vista atrás, podremos saber exactamente cómo fue 1983, 1992 o 2014: qué leímos, qué escuchamos, qué ocurrió, qué nos dijimos.

La manía de enumerar fechas, sonidos o textos es un mecanismo artificial para luchar contra la pérdida de memoria. Hay fechas que no se olvidan, acontecimientos que, para bien o para mal, quedan grabados. Pero hay un contexto enorme, musical, literario, periodístico, que es muy difícil encajar en el calendario. Se difumina en un pasado que cada vez es mayor y donde los años, si no hay hitos, terminan confundiéndose y nos obligan a hablar de décadas o épocas. Los mejores libros del suplemento cultural Babelia no son los mismos que elegiría El Perseguidor y los discos seleccionados por Efe Eme no son los que escogería Rockdeluxe. Pero entonces, ¿qué lista atrapa mejor lo que ocurrió este año? Lo bueno de las listas es quién las hace, quién recomienda qué y por qué, en quién se deposita la confianza para que oriente futuras lecturas o escuchas.

Me gustan las listas, pero a veces me pregunto qué recordaríamos si nadie nos dijera que los libros de Javier Marías, Antonio Muñoz Molina o Javier Cercas están entre los imprescindibles de 2014. O que entre los artistas internacionales que no nos podemos perder está Leonard Cohen o Fito Páez. O que el pulso soberanista, el comienzo del fin del embargo cubano o la crisis ucraniana fueron noticia, y además de portada. Por mucho que nos digan qué tenemos que recordar, qué pasó inadvertido y qué deberíamos haber leído, nuestra cabeza tiene otra manera de hacer las cosas. También archiva, también hace sus playlist, y cuando empieza a desprenderse de recuerdos, solo se aferra a las emociones. Lo hacemos todos por economía memorística, pero en primer lugar aquellos que padecen algún tipo de demencia senil. Ellos nos enseñan que solo se archivan para siempre los sentimientos. Por algo será.

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