Pasan los años y el panorama es demasiado parecido como para albergar
esperanzas. Los alumnos de 15 años se han estancado en matemáticas y
apenas han avanzado en comprensión lectora y ciencias. El último informe
PISA, referente al año 2012, ha vuelto a demostrar que algo falla en
España y que seguimos sin averiguar qué es. ¿De quién es la culpa? ¿Son
más responsables los padres, las leyes o los profesores?
Hay cuestiones que no tienen una única respuesta, pero también hay problemas que exigen preguntas que no estamos formulando. Las leyes incompletas y diseñadas a gusto del gobierno de turno, el desprestigio o la inapreciable motivación del profesorado (depende del caso) y el nivel de implicación de los padres influyen mucho en el rendimiento académico. Estas tres variables, sin embargo, no explican por sí solas los índices de abandono y fracaso. La desigualdad social alimenta estas estadísticas. Está comprobado que el nivel formativo de los padres tiene un efecto claro y contundente sobre el desarrollo académico de los hijos. Por ese motivo algunos sociólogos establecieron hace tiempo el vínculo entre fracaso escolar y clase social.
El ranking de PISA es un buen momento para analizar en qué áreas tenemos conocimientos deficientes o para criticar que alguna comunidad -esta vez Canarias es una de ellas- haya decidido no participar para obtener una muestra detallada. Pero, más allá de diagnósticos superficiales, el estudio sobre competencias tiene que ser el punto de partida para un debate profundo donde se desgranen dos variables tristemente entrelazadas: la desigualdad y el conocimiento. Ese es el verdadero reto, pero en los medios de comunicación se avivan siempre las mismas discusiones: la presencia de la religión en las aulas, la violencia en los centros escolares o los contenidos de Educación para la Ciudadanía. Mientras tanto, el fracaso escolar sigue siendo un ejemplo clamoroso de cómo el origen socioeconómico es capaz de determinar el futuro de una persona que, solo por azar, nació en una familia que no supo valorar la formación.
La educación no acabará con la desigualdad: los maestros solo son maestros. ¿Queremos mejorar el rendimiento dentro del aula? No podemos olvidarnos de otros retos, pero hay que marcarse uno fundamental: luchar para que se implanten políticas que garanticen la igualdad de oportunidades. Solo así cambiará la educación y, de paso, cambiará todo lo demás.
Hay cuestiones que no tienen una única respuesta, pero también hay problemas que exigen preguntas que no estamos formulando. Las leyes incompletas y diseñadas a gusto del gobierno de turno, el desprestigio o la inapreciable motivación del profesorado (depende del caso) y el nivel de implicación de los padres influyen mucho en el rendimiento académico. Estas tres variables, sin embargo, no explican por sí solas los índices de abandono y fracaso. La desigualdad social alimenta estas estadísticas. Está comprobado que el nivel formativo de los padres tiene un efecto claro y contundente sobre el desarrollo académico de los hijos. Por ese motivo algunos sociólogos establecieron hace tiempo el vínculo entre fracaso escolar y clase social.
El ranking de PISA es un buen momento para analizar en qué áreas tenemos conocimientos deficientes o para criticar que alguna comunidad -esta vez Canarias es una de ellas- haya decidido no participar para obtener una muestra detallada. Pero, más allá de diagnósticos superficiales, el estudio sobre competencias tiene que ser el punto de partida para un debate profundo donde se desgranen dos variables tristemente entrelazadas: la desigualdad y el conocimiento. Ese es el verdadero reto, pero en los medios de comunicación se avivan siempre las mismas discusiones: la presencia de la religión en las aulas, la violencia en los centros escolares o los contenidos de Educación para la Ciudadanía. Mientras tanto, el fracaso escolar sigue siendo un ejemplo clamoroso de cómo el origen socioeconómico es capaz de determinar el futuro de una persona que, solo por azar, nació en una familia que no supo valorar la formación.
La educación no acabará con la desigualdad: los maestros solo son maestros. ¿Queremos mejorar el rendimiento dentro del aula? No podemos olvidarnos de otros retos, pero hay que marcarse uno fundamental: luchar para que se implanten políticas que garanticen la igualdad de oportunidades. Solo así cambiará la educación y, de paso, cambiará todo lo demás.
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