Dice Facebook que nuestro año ha sido fabuloso. La red social ha ideado para estas fiestas un algoritmo que selecciona las mejores imágenes de nuestro muro -las que han obtenido más me gusta durante estos doce meses- y elabora un álbum personalizado de un 2014 sonriente y glorioso. Aparecemos siempre en buena compañía, celebrando algún acontecimiento destacado en el calendario o simplemente disfrutando de un almuerzo al que acudimos con la ropa perfecta. Porque, puestos a inmortalizar momentos y difundirlos, hemos aprendido que es fundamental elegir cómo y junto a quién queremos que sea el recuerdo. A fin de cuentas, nosotros nos iremos, pero las imágenes se quedarán.
Facebook, en realidad, sabe muy poco de cómo ha sido nuestro año. Tampoco lo sabía en diciembre de 2013, cuando construyó millones de vídeos personalizados usando el mismo surtido artificial de selfies y fotos de grupo. Es verdad que reímos hasta la madrugada con amigos que hacía meses, e incluso años, que no veíamos; que nos emocionamos durante las dos horas que duró aquel concierto; que hubo silencios más elocuentes que un discurso de mil palabras; que viajamos a ciudades nuevas para descubrir otros mundos, pero también a otras repetidas para revivir ese pasado que tanto añoramos; que leímos libros tan perfectos como estimulantes; que fuimos felices. El experimento de Zuckerberg no nos miente, pero solo nos cuenta una parte de la realidad. 2014 también fue el año que aprendimos cómo duelen las despedidas que son para siempre (y las que vendrán); que a veces renunciar es sinónimo de ganar; que sentirse realizado es indispensable para hacer un buen trabajo; que no podemos acabar con el dolor de los que tenemos al lado, pero sí compartirlo para que sea más llevadero; que el futuro solo es una excusa para continuar, pero que sin metas no se avanza. Por supuesto, 2014 también fue el año en que el ébola llegó a Europa y el miedo pudo más que la solidaridad; la justicia siguió arrastrando demasiadas derrotas, pero algún juez decidió sentar a la infanta en el banquillo de los acusados; García Márquez murió y las editoriales sacaron ediciones especiales de sus títulos; Podemos irrumpió en la escena política; continuaron los desahucios; y más de 3.000 personas murieron en el Mediterráneo intentando llegar a Europa.
2014 tuvo algo en común con el resto de todos los años: volvimos a hacer otra lista de propósitos. Nos convencimos de que 2015 sí sería ese año fantástico, que Facebook nos daría la razón y que no envidiaríamos el año del de al lado. Volvimos a olvidarnos de que es más importante ser feliz que grabarlo, y que a veces hacer las dos cosas a la vez es imposible.
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