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La historia de mi amigo

Estudió Periodismo a 100 kilómetros de su casa. Tenía 18 años y el mundo todavía era muy grande para él. Cada viernes se acercaba a la estación de Santa Justa, se subía a un tren de cercanías y volvía a su casa. Los lunes le tocaba volver a la realidad y, cargado de táperes, hacía el recorrido al revés, volvía a su piso bien temprano y a las tres y media ya estaba en su primera clase de la semana. Con el tiempo todo eso cambió. Empezó a poner excusas y a quedarse algún fin de semana en Sevilla. Tenía ganas de viajar.

En cuarto de carrera decidió pedir una beca Erasmus. Se enamoró de Roma, pero cuando terminó sus estudios volvió a Cádiz y empezó a trabajar en un periódico local. Le iba bastante bien y llegó a pensar que ese podía ser su futuro. Pero un día se cansó, se despertó y supo que algo fallaba. Hizo la preinscripción en un máster de Comunicación Corporativa y cruzó los dedos. Tuvo suerte. No tenía claro si se estaba equivocando, pero renunció a su trabajo, pidió un préstamo y se mudó a Madrid. Terminó su posgrado con buenas notas, pero no hubo tiempo para hacer prácticas. La crisis ya había llegado a España y no tenía ninguna intención de marcharse.

Para poder sobrevivir empezó a trabajar en una de esas multinacionales en las que una piensa cuando se habla de la ‘marca España’. Lleva allí dos años. Los últimos 14 meses se los ha pasado aceptando contratos de dos semanas. Cada 15 días -de media- tiene la suerte de firmar uno nuevo. Nunca sabe cuándo va a librar. No puede hacer planes. Hace unos días le comunicaron que tenían un nuevo contrato para él: sustituir a una compañera que está de baja. ¿Cuánto tiempo? Ni idea. Para él eso es la estabilidad laboral.

La empresa para la que trabaja a veces es salpicada por escándalos en el Tercer Mundo. La acusan de saltarse los derechos humanos. Quién sabe. Lo que es indiscutible es que esta empresa el año pasado ganó cerca de 2.000 millones de euros.

Cada vez que oigo hablar de todos los jóvenes que ni estudian ni trabajan en este país, y de cuánto nos cuesta, me acuerdo de mi amigo. Mi vida podría parecerse mucho a la suya. La crisis tiene muchas formas de arrebatarte el futuro. Puede expulsarte a otro país, dejarte sin empleo o condenarte a distintas formas de precariedad laboral. Yo, lo menos que puedo hacer, es contar su historia y luchar para que se vean los rostros de esta crisis y no solo los datos.

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