Ir al contenido principal

Ídolos mundanos

Cuando se vino de Venezuela era un niño. Probablemente fue la primera gran aventura de su vida, pero fue solo el comienzo de décadas y décadas de aventurero servicio público. Tenía siete años cuando se hizo del Real Madrid y 12 cuando supo que quería ser periodista. El paso del tiempo no lo desvió de ninguno de sus caminos. Hoy tiene más de 50 años, ha recorrido el planeta de conflicto en conflicto y ha dejado escritas incontables páginas. Mientras era testigo de la historia se dio cuenta de que no le gustaban las armas y de que siempre que iba a todos esos países devastados lo hacía con una idea en la mente: retratar la heroicidad y el dolor de las víctimas. Hoy es un corresponsal de guerra consagrado que, después de estar en muchas trincheras, ha decidido quedarse en Madrid, la ciudad de su equipo.

Cada uno tiene sus referentes. Los va añadiendo a una lista imaginaria a medida que pasa el tiempo. El periodismo tiene cosas maravillosas y una de ellas es que a veces puedes conocer a tus ídolos.
Ayer tuve el placer de charlar un rato con Ramón Lobo. Empezó la conversación disculpándose por no haber descolgado el teléfono a la primera y se despidió deseándome suerte en estos tiempos convulsos. Las conversaciones entre periodistas suelen ser monotemáticas y, desde que empezó la crisis, todavía más. Con él, sin embargo, quería hablar de algo más que de la crisis del modelo periodístico.

Mi intención era que me contara si el futuro de los periodistas va a pasar, ineludiblemente, por emprender. No quería la opinión de un gurú cualquiera: quería saber qué pensaba una persona que no ha dejado de arriesgarse durante toda su vida y que hoy tiene que empezar desde cero. La respuesta fue contundente. Hace dos semanas que un expediente de regulación de empleo lo arrancó de El País y ya tiene unos cuantos proyectos en cartera. Quizá esto no me sorprendió demasiado. Lo que más me llamó la atención fue que tardó solo una hora en decirme que sí a la entrevista y poco más en enviarme su teléfono.

Desde que descolgó, su voz sonó cercana y los nervios se esfumaron en cuestión de segundos. Es curioso, pero he tenido el placer de entrevistar a unas cuantas personas a las que admiro profundamente y ninguna me ha defraudado. Eso no ocurre mucho por aquí, donde algunos evitan echarte una mano y otros se dedican a ser maleducados y desagradables. Ramón Lobo se merece este artículo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mezquino azar

En las estanterías de cualquier bazar, situado en una céntrica calle de una capital europea, se amontonan las baratijas más variadas. Todas ellas, señuelos de la identidad de los países, sustentan la pequeña economía impulsada por los turistas desmemoriados. Una flamenca, un toro y una tortilla. Una Torre Eiffel, un Arco del Triunfo o el Moulin Rouge. El Coliseo, Vittorio Emanuele o Piazza Navona. La ingeniería de la miniatura es capaz de albergar cualquier símbolo con esencia patriótica. Si uno busca más allá de esos muestrarios que creen constreñir la esencia cosmopolita, se pueden hallar, también, creaciones más localistas. Una cutre Sagrada Familia o un Miró a pequeña escala pueden terminar en el salón de casa. Todas, amontonadas en cualquier esquina, están buscando con afán atraer la mirada del espectador, engatusarlo. Justo lo que intenta hoy hacer el nacionalismo. Lo que nadie se imagina es al vendedor, herramienta indispensable de este mercado, obligando a pagar por un trozo de...

Las mudanzas de los demás

Me he pasado once años viviendo en la misma casa, pero siento que en este tiempo me he mudado un par de veces. Cuando mis padres se separaron, la casa de mi infancia empezó un proceso de descomposición que concluyó, años después, con su desaparición. Al principio solo dejó de ser un lugar feliz al que ir a comer los domingos, pero con el paso del tiempo -y con su venta- se convirtió también en un lugar al que no volvería jamás y que ya no cobijaría los libros que había acumulado desde que empecé a leer y hasta que me fui a la universidad.    En esa casa tuve insomnio por primera vez y descubrí lo difícil que es leer si tu mente está enferma. Cuando tenía 15 años, dos compañeros de mi instituto se suicidaron tirándose por un barranco. Esa noche de mayo la pasé en el balcón de mi cuarto, tiritando de frío, incapaz de pegar ojo y también de leer, hasta que empezó a amanecer y me preparé para volver a clase.    En esa casa murió mi  cocker spaniel , el primer ser vi...

No, no y no

Casi todo lo que voy a contarles hoy lo saqué de un artículo que Leila Guerriero publicó en la revista El Malpensante hace un tiempo. En el año 2004 los periódicos argentinos publicaron la historia de Bernard Heginbotham, un británico de 100 años que un día, harto de ver los dolores que soportaba su mujer, entró en la habitación del geriátrico en el que ella pasaba sus días y le rebanó el cuello. Lo detuvieron y lo juzgaron, pero la Corte de Preston decidió que había sido un verdadero acto de amor, que no tenía culpa. El hombre no quería escuchar más hablar de resignación o de piedad y, tras 67 años amando a su mujer, agarró un cuchillo y le quitó la vida. Quizá este ejemplo no sea el más apropiado, pero, sorteando en parte el debate ético, a Guerriero le sirvió para pensar en lo que ha significado decir no a lo largo de su vida. Ella recuerda perfectamente la primera vez que dijo un no rotundo. No soportaba las clases de solfeo a las que, obligada, acudía a diario. Un...