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Los culpables

Muchos nacieron a finales de los años 60 en un sur salpicado de plátanos, con padres que daban la bienvenida al día desde una finca en la que se tostaban al sol abrasador. La misma que los despedía cuando el crepúsculo traía la noche. Vieron cómo sus familias sobrevivían, a veces explotando tierras que la herencia les dejó; otras, trabajando el suelo de unos propietarios ajenos a sus miserias. Así crecieron ellos.Muchos, cuando cumplieron 16 años, cambiaron las aulas por una obra. El turismo había prometido socializar muchos lujos y nadie quería quedarse sin ellos. Durante más de dos décadas colocaron tantos ladrillos como para dibujar una isla nueva. Se casaron, tuvieron hijos y llegó una crisis, que se llamó global, pero que tuvo mucho de local. De repente sus días de madrugones y sus sueldos alejados del mileurismo, se volatizaron. Ocuparon un lugar en las interminables listas del paro, demonizaron al Gobierno y se agarraron a las raquíticas prestaciones que aún garantizaba el Estado del Bienestar. El milagro mundano del sector servicios se resquebrajó. Algunos siguieron trabajando, renunciando a su seguridad social, compatibilizando el sueldo con el cobro del paro. Sorteando la legalidad. Sus padres, ésos que hoy no encuentran rentabilidad en los plátanos y que hacen cáncamos, siempre están ahí para tenderles una mano. Nunca llenaron su casa de estanterías, jamás les enseñaron ese otro milagro que sí guardaban los libros dentro. No se lo mostraron porque ellos tampoco lo sabían.

Hoy que se quieren aumentar los tiempos de cotización para obtener ciertos beneficios sociales, que se pone en duda el actual sistema de pensiones, que el copago en sanidad retumba con fuerza, que las prestaciones de desempleo pueden reducirse, el crecimiento de la economía sumergida se ve como un profundo mal de este sistema. Es una lacra que no permite que las rojizas cuentas de laseguridad social española se tiñan de otro color y es una bandera ondeada por los gobiernos para explicar su dejadez ante todos esos servicios sociales que convirtió en derechos. También es el argumento que los trabajadores "que aún levantan el país" esgrimen para emprender la cruzada contra todos aquéllos que eluden la ley. La idea de que la jubilación sea una pesadilla, la posibilidad de que se evaporen todas las promesas sociales, no es aceptable. Se olvida que hoy, para algunos, es la única forma de pagar la hipoteca o de poner un plato caliente en la mesa para sus hijos. ¿Quién tiene la culpa, esos padres que sin cumplir la mayoría de edad vislumbraron el éxito en un horizonte equivocado? ¿Es responsabilidad de la Administración, que miró hacia otro lado cuando el mercado absorbía a jóvenes sin ninguna titulación? Es difícil formular una respuesta que ni siquiera serviría para discernir entre qué está bien y qué mal, no ayudaría a saber si los Robin Hood del siglo XXI deben ser perseguidos, si sólo son una excepción o si está primero la legalidad o el llanto de un niño. Por eso, lo que hay que tener presente, ahora que se está pidiendo un "bienestar compartido", es que esto sólo lo arreglamos entre todos. Entre los que permitieron las perversiones del sistema y los que las cometieron. Si no, no habrá sistema. Y todos seremos culpables.

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