Cuando estudiaba Periodismo en Sevilla había dos compañías aéreas que volaban a Tenerife. Los aviones despegaban prácticamente al mismo tiempo: durante una parte del año, a primera hora del día; el resto, después de comer. Cada vez que me tocaba irme de casa a las seis de la mañana para estar en el aeropuerto a las siete sentía miedo, especialmente el año que viví en un piso que estaba en una calle sin salida, apenas iluminada. Antes de abrir la puerta permanecía un rato en silencio para comprobar que no se escuchaba ningún ruido al otro lado. Entonces, salía, cargada con mi maleta, como si huyera de algo, y al llegar a la primera carretera seguía las indicaciones de una de mis compañeras de piso, que siempre nos recomendaba que de noche y en calles estrechas no fuéramos por la acera. “A esa hora circulan pocos coches, es más fácil correr y no hay portales cerca”, la recuerdo diciéndonos. No dejaba de acelerar el paso hasta que alcanzaba la avenida y ya veía, a lo lejos, mi salvación: las luces verdes de los taxis, alineados en la parada.
La inmensa mayoría de las mujeres nos hemos sentido así con frecuencia. Siempre que vuelvo a casa de noche y sola, sobria o con alguna copa encima, voy alerta, observando lo que ocurre a mi alrededor. Una vez, cuando vivía en Madrid y regresaba a casa un viernes a las cinco de la mañana, un tipo se me acercó cuando estaba a punto de llegar a mi portal. Era el Día del Orgullo, me acababa de despedir de mis amigas y había bebido. Solo pensaba: que sea un atraco. Todo fue deprisa: sacó un cuchillo y yo el dinero que llevaba en la cartera.
No me parece apropiado el lema que ha elegido el Ministerio de Igualdad para reivindicar el anteproyecto de ley de libertad sexual que está preparando. Una institución pública no debe banalizar nunca el consumo de alcohol -ya lo hacemos bastante todos a diario-, pero es una consigna que he coreado y volveré a corear en cualquier manifestación. Por ejemplo, este domingo. Porque quiero sentirme segura hasta cuando más vulnerable soy. Porque quiero llegar a casa, al taxi o a donde sea, sin miedo.
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