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El futuro todavía existe



 

Nos pasamos la vida pensando en el futuro. Desde pequeños se nos obliga a responder, una y otra vez, qué queremos ser de mayores. Entonces resulta una tarea sencilla. Pero la capacidad de imaginar no se mantiene intacta a lo largo de nuestra vida ni a lo largo de las épocas. Las protagonistas de Entre visillos, de Carmen Martín Gaite, apenas disponían de margen para inventarse otras vidas. En la España de los años 50 el futuro no se elegía: ellas debían casarse, cuidar de sus maridos, tener hijos, ser invisibles. Setenta años después ya no existen las fronteras, las mujeres con estudios no somos la excepción y Steven Pinker ha publicado varios libros plagados de indicadores que demuestran que la esperanza de vida crece y la violencia retrocede. Sin embargo, cuando más posibilidades hay de ser lo que no somos, más incapaz me siento yo de imaginar mi futuro. Y no soy una excepción.

 

Héctor García Barnés acaba de publicar Futurofobia, (Plaza & Janes, 2022), un ensayo en el que analiza cómo mi generación y la suya, la que nació en los años 80, se hizo mayor en un momento en el que había desaparecido la visión progresista del mundo. Cuenta cómo las sucesivas crisis nos convencieron de que el futuro siempre sería peor y nos acostumbramos a repetir en el brindis de cada 31 de diciembre “que me quede como estoy”.  Sin darnos cuenta, nos sumergimos en un permanente estado de excepción. Mientras aceptábamos trabajos inestables “de lo nuestro”, el mundo se había vuelto más pequeño y a cualquier hora ocurrían desgracias. Y nosotros dejábamos para más tarde aquello que nos hacía felices.

 

Para definir esta forma de presentismo y sus consecuencias, Barnés utiliza la palabra que da nombre a su libro. “Futurofobia es esa sensación que nos hace imaginar que todo lo que está por venir va a ser peor que lo que ya tenemos. Futurofobia es esa sensación que nos hace imaginar que nada de lo que puedas hacer cambiará las cosas. ¿Para que pelear si todas las luchas están condenadas al fracaso?”.

 

Barnés no tiene una solución mágica para esa angustia existencial que sentimos muchos, pero no cae en el pesimismo ni se regodea en nuestro papel de eternos damnificados. Su libro es un recordatorio de lo que está en juego: mientras renunciamos a luchar por un horizonte no solo recurrimos a la nostalgia en todas sus variantes, también nos volvemos más cínicos, más individualistas, más egoístas, más infelices.

 

Mis amigas y yo tenemos mucha suerte. Hemos estudiado carreras universitarias, másteres, hemos vivido fuera, hemos tenido empleos precarios y empleos decentes. En definitiva, hemos tenido acceso a mucho más de lo que tuvieron nuestras madres, que en muchos casos no pisaron la universidad. Todas somos conscientes de que el mundo, con todas sus contradicciones, es, para muchos ciudadanos, un lugar mejor que hace medio siglo. Pero también sabemos que el problema es que ese mundo apenas dura 24 horas, que hay que aceptar todos los trabajos que aparezcan “por si acaso” y que ganarse la vida -en nuestro caso, como periodistas- tiene las horas contadas. Somos incapaces de imaginar a qué podríamos dedicarnos; solo vislumbramos el apocalipsis.

 

Podría decir que el libro de Barnés me ha dado autoridad para quejarme sin sentirme egoísta o exquisita y que ha confirmado mi sospecha de que la sobreinformación genera angustia y agotamiento. Es así, pero sobre todo ha conseguido recordarme algo en lo que pienso cada cierto tiempo: cuidemos aquello que nos hace felices. “Si uno hace memoria de los momentos que más recuerda de su vida, se dará cuenta de que raramente los había planeado: los instantes transformadores, como conocer a una persona, descubrir una novela, una película o una canción no suelen estar planificados. Es necesario que uno se encuentre relajado, con la mente abierta y sin expectativas, como cuando tenía quince años. La futurofobia, que nos empuja a controlar el mundo para evitar que el porvenir nos lleve por delante, es todo lo contrario”.

 

No sé si esta patología generacional tiene cura, pero al terminar el libro he entendido algo: el futuro no va a dejar de ser incierto y es mejor no anticiparlo, porque no sirve de mucho y te roba tiempo para ser feliz.



Publicado en el suplemento ABRIL, de El Periódico de España 

 

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