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Japón: un viaje al futuro... y al pasado



Hacen fila para entrar en un restaurante o para coger el metro, está prohibido hablar por teléfono en los vagones, nunca se saltan un semáforo en rojo y no tienen límite en el número de gracias que pueden dar al día -con sus correspondientes reverencias-. En ciudades como Tokio, sus habitantes no fuman en espacios públicos y sí en tabernas (izayakas), disponen de cafeterías donde tomar una tarta de queso mientras acarician a conejos o gatos, disfrutan sumergidos en interminables edificios de máquinas expendedoras intentando adquirir casi cualquier cosa o en su invento más universal -el karaoke-, son capaces de pasar en apenas segundos de los grandes rascacielos y las luces de neón a los kilométricos jardines donde evadirse y cuentan entre sus logros el desarrollo de robots humanoides capaces de interactuar de manera autónoma con los humanos. 

Todo eso y más explica la fascinación que despierta Japón. Algunos viajeros acuden a estas islas del Pacífico como si quisieran ver cómo será el futuro. Esperan encontrarse una sociedad donde la tecnología y el civismo superen todas sus expectativas, un territorio salpicado de ciudades vanguardistas y tradicionales unidas por trenes que superan los 300 kilómetros por hora. Y todo ello sin sentir temor a que te atraquen. Japón lleva años ocupando los primeros puestos del Índice Global de la Paz, que lidera Islandia. Apenas hay actos violentos, aunque algunos estudios sugieren que su poca frecuencia contrasta con su espectacularidad. 

Pero los turistas occidentales también se sienten atraídos por otros aspectos de una sociedad tan diferente a la suya. La apuesta por la vanguardia no ha hecho que los japoneses olviden sus tradiciones - las dos religiones del país, sintoísmo y budismo, están muy lejos de ser excluyentes: se combinan- y dedican mucho tiempo a estar únicamente con su móvil, mientras almuerzan o toman un matchaLa soledad es un placer, pero también un modo de autodestrucción. El ejemplo más conocido son los hikkomori, jóvenes que se aíslan en sus cuartos durante años, pero también la obsesión por el trabajo. Dicen que los japoneses hacen jornadas interminables y puedes verlos dormidos en el metro cuando vuelven a casa; que son poco efusivos y que eluden las relaciones sentimentales; prefieren buscar sexo de pago para evitar las «complicaciones» de tener pareja. También que el elevado índice de suicidios está relacionado con su cultura laboral y competitiva. Quieren ser perfectos y a veces mueren en el intento. 

Es probable que ese anhelo por la perfección también tenga que ver con que Tokio no solo es el área metropolitana más poblada del mundo (el Gran Tokio roza los 40 millones de habitantes), sino que también es la ciudad con más estrellas Michelín. Disfrutar de la gastronomía es otra de las atracciones que ofrece el país. Solo para degustar los mejores pescados y carnes del mundo merecen la pena las 13 horas que dura el vuelo directo de Madrid a Tokio. 

El periodista Lawrence Osborne escribió hace unos años El turista desnudo, un libro de viajes en el que recorre buena parte de Asia en busca de de su utopía: un destino desconocido. Aunque acaba en Papúa Nueva Guinea, quizás lo más parecido a la idea actual de territorio inexplorado, en su periplo corrobora su tesis: no quedan lugares fuera de los mapas turísticos, en todas partes hay un touroperador esperándonos. El libro es una crónica de viajes y, a la vez, una crítica sarcástica a la obsesión por ir lejos, llegar a donde otros no van, simplemente para contarlo.

Ese afán es, también, lo que nos lleva a muchos hasta Japón. Desde que aterrizas en Tokio percibes que has emprendido un viaje en el tiempo, pero es al irte cuando te das cuenta de que has hecho a la vez un viaje al futuro y un viaje al pasado, y también un viaje a sitios a los que querrías ir y a los que no. Con todo lo que tiene el país, cuando regresas a casa y te hacen la pregunta  -¿qué es lo que más te gustó?-, la respuesta que condense quince días al otro lado del mundo no puede ser otra: los japoneses, ellos son un espectáculo en sí mismos. 

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