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Los sordos: la ficción como crítica brutal de Guatemala





“Hay quien divide a los escritores en dos: los que tratan de explicar algo y los que tratan de explicarse algo. Yo soy de la segunda clase. No sé más que el lector al que estoy hablando. Escarbo mientras escribo”. De esta manera definía su trabajo el escritor Rodrigo Rey Rosa en una entrevista para El País tras la publicación de Los sordos, su última novela, que fue publicada por Alfaguara en septiembre de 2012. El guatemalteco, definido por Roberto Bolaño como “un maestro consumado, el mejor de mi generación”, comienza esta historia con dos desapariciones: la de un niño sordo en un pueblo del interior y la de Clara, la hija de un banquero rico pero despreciable. A partir de ahí la trama se vuelve cada vez más compleja y rica, no solo por los intereses y las motivaciones que mueven a los implicados en los dos sucesos, sino por la forma en que todos los acontecimientos están adheridos a la propia geografía e historia de Guatemala, un país donde los guardaespaldas son una clase social más y los indígenas cuentan con sus propias leyes.

A medida que la lectura avanza empiezan las preguntas. ¿Hay alguna relación entre las dos desapariciones? ¿Qué papel juegan Javier, el amante de Clara y también abogado de la familia, los guardaespaldas de la familia y los médicos que dirigen un hospital de prácticas sospechosas? ¿Cómo se da cuenta el guardaespaldas de Clara de que ella está en peligro? La novela es un thriller, pero también un esbozo de un país en el que conviven más de 22 etnias diferentes y donde el mundo rural es totalmente independiente del urbano.

Rosa, que nació en Guatemala pero que ha vivido en sitios como Tánger o Manhattan, reconoce que empezó a interesarse más por su país de nacimiento cuando cogió algo de distancia. Ese cosmopolitismo le ha permitido hacer una radiografía que no es objetiva, pero sí está hecha con “subjetividad controlada”. “Si vives siempre en el mismo lugar tiendes a caer en los esquemas heredados. Pero no quiero engañarme, habría que ver cómo se lee eso desde el punto de vista de ellos. Tampoco he hecho nada especial, pero solo el hecho de querer comprender al otro ya es parte de la comprensión”, argumenta.

En realidad lo que ha hecho Rosa es una profunda crítica a la política y la sociedad guatemalteca a través de la ficción, de lo que él califica como un claro caso de “apartheid sin leyes”. Además de mostrar el desbordante nivel de violencia de la Guatemala actual, -”el país con más guardaespaldas per cápita”, dice bromeando-, el escritor denuncia el absoluto fracaso del sistema judicial de un estado donde “la mitad de la población no habla español” y la administración “no garantiza siquiera el derecho a intérprete en un juicio penal. No hay especialistas en 22 dialectos. Es un Estado que no puede administrar su propia justicia. No puede ser que uno no sepa de qué lo están acusando. La marginación de casi la mitad de la población no es funcional en ningún sistema, incluida la democracia”. En definitiva, una denuncia social camuflada de intriga y una reflexión sobre los límites de la justicia en una democracia.

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