En el año 2001 apenas había tiendas de discos en Sevilla. En el centro, colonizado por el Corte Inglés, solo había un espacio -de dos plantas- para Sevilla Rock. No era una cadena, aunque tenía su tienda gemela, Madrid Rock. Cuando llegué a Sevilla vivía muy cerca y pasaba a diario por su puerta. A veces entraba y otras pasaba de largo rumbo a la facultad, pero siempre solía estar llena. No duró demasiado. Imagino que no fue capaz de soportar la fuerte competencia y solo continuó abierta algunos años. No más de cuatro. Entonces, si callejeabas, podías encontrar alguna otra tienda pequeña, regentada por algún romántico empeñado en vender canciones. Pero la música, en general, era patrimonio de El Corte Inglés. No había sitio para historias como la de Alta Fidelidad.
En Tenerife, el panorama era bien distinto. Entonces los discos no se compraban en centros comerciales. En La Laguna había, al menos, tres tiendas especializadas. La crisis de la industria tardó un poco más en aniquilarlas. Hoy solo queda una, detrás de La Catedral, muy pequeñita, y con una variedad musical selecta. Los dos últimos años, siempre que diciembre traspasa su ecuador, alguien se me acerca en medio de la calle para preguntarme por una tienda de música. Yo les explico entusiasmada dónde queda. Algunos llegan convencidos de que allí encontrarán ese regalo que buscan. Entran decididos y preguntan: “Perdone, ¿el disco de los 40?” Él dueño, con media sonrisa, dice: “No, qué va. Ese no lo tenemos”. El sitio es bastante pequeño, las paredes están llenas de cedés, hay una mesa con cajas llenas de vinilos y algunos libros sobre música sin clasificar. Él no tiene de todo, pero sabe de casi todo.
La primera vez que fui a una gran superficie a preguntar por Amaury Pérez, un cantautor cubano, intentaron convencerme de que estaba equivocada, de que en realidad a quien buscaba era a Amaury González.
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