Los cayucos no se inventaron para emigrar. Ya existían, pero pocos se preguntaban para qué se usaban antes de que miles de africanos decidieran utilizarlos para huir rumbo a Europa. Desde que las elecciones de Senegal empezaron a colarse en las secciones de internacional de los periódicos, no he podido dejar de darle vueltas a este asunto. Abdoulaye Wade se convirtió en presidente de Senegal en el año 2000, seis años antes de que más de 25.000 personas arriesgaran su vida para llegar a Canarias desde África. Muchas de esas embarcaciones partieron del país que todavía gobierna, una república llena de fronteras: la costa oeste está bañada por el océano Atlántico, limita al norte con Mauritania, al sur con Guinea y Guinea Bissau, y al este con Malí. Pero antes, no mucho antes, esos barcos endebles que coparon portadas de periódicos y pusieron a prueba la humanidad europea, tenían otra utilidad: servían para pescar en ese Atlántico que baña la costa senegalesa, pero también la canaria.
A partir de 1960, cuando el pueblo senegalés logró su independencia, el país se transformó en un ejemplo dentro del continente africano. El prestigioso poeta Leopold Senghor, un africano afrancesado que se convertiría en icono de la negritud, fue elegido primer presidente. Durante años estuvo prohibida la oposición, pero poco a poco Senegal fue transformándose en una democracia para el resto del mundo. El multipartidismo llegó en 1981 con un nuevo dirigente, Diouf, que tomó las riendas hasta que en el año 2000 perdió ante su adversario Abdoulaye Wade. Este hombre, que continúa en la presidencia, se enfrenta estos días a la oposición de un pueblo que no quiere concederle la gracia de un tercer mandato. Hasta que él se encargó de cambiar las leyes, un presidente sólo podía permanecer en el cargo durante dos mandatos. Los ciudadanos, indignados, han salido a unas calles que se han vuelto violentas. Dos personas han perdido la vida. Estos hechos han empañado los avances de este país, porque Senegal no será Europa, pero en términos generales no ha dejado de progresar desde hace más de 40 años.
Este progreso, sin embargo, hay que entenderlo en su contexto. La renta es de 510$ por habitante, el paro llega al 48%, la alfabetización media está sobre el 43% y el 54% de los senegaleses son pobres. Estos datos influyen claramente en el hecho de que la emigración senegalesa hacia España se esté afianzando como la más importante de África Subsahariana. Pero, ¿es lo único que incide?
Desde que el presidente Wade firmó concesiones de pesca con diferentes firmas de grandes barcos extranjeros que se dedican a saquear caladeros, los nacionales se han visto obligados a comprar una licencia de pesca que no pueden pagar. Esta actividad ha dejado de ser su medio de vida. En un escenario así, ¿qué uso pueden dar a sus cayucos los senegaleses? Utilizarlos como transporte hacia Canarias. Y ante esta realidad, ¿qué ha hecho España? Mejorar su cooperación. Y, entre otras cosas, pagar a los gobiernos de Senegal y Mauritania para que acepten repatriaciones.
Todo ello ha ido revirtiendo en más enriquecimiento para las oligarquías senegalesas. El resto de la población, cada vez más desesperada, no piensa en quedarse. Y esto es un problema: en Senegal viven más de seis millones de jóvenes, más de seis millones de emigrantes en potencia. Ahora mismo, solo el 25,6% de la población abandona el país, pero el porcentaje puede subir. Entre los años 2000 y 2008 este continente creció a un ritmo promedio del 5,7% sin ninguna incidencia en la vida diaria de los africanos. ¿Cómo es posible que un país crezca y sus ciudadanos no se den cuenta? ¿Cuánto tiempo más podrán aguantar los africanos a gobiernos locales corruptos y a vecinos occidentales interesados en sus recursos?
La palabra globalización significa, según Zygmunt Bauman, que todos dependemos unos de otros. “Las distancias importan poco ahora. Lo que suceda en un lugar puede tener consecuencias mundiales. Gracias a los recursos, instrumentos técnicos y conocimientos que hemos adquirido, nuestras acciones abarcan enormes distancias en el espacio y en el tiempo. Por muy limitadas localmente que sean nuestras intenciones, erraríamos si no tuviéramos en cuenta los factores globales, pues pueden decidir el éxito o el fracaso de nuestras acciones. Lo que hacemos (o nos abstenemos de hacer) puede influir en las condiciones de vida (o de muerte) de gente que vive en lugares que nunca visitaremos y de generaciones que no conoceremos jamás”.
La inmigración africana no la explica un cayuco, pero la expropiación de recursos naturales a un pueblo suele dar muchas pistas. Nos recuerda que hay que mirar más allá, que el futuro de Senegal es importante aunque la ruta migratoria, de momento, no haga escala en las Islas. Ni siquiera es cuestión de solidaridad. Como dice Bauman, hay que tener en cuenta lo que sucede en otras partes del mundo. Especialmente cuando la historia ya nos ha avisado de cómo puede afectarnos. Nos toca decidir para qué queremos que sirva un cayuco.
Lo peor es que las elecciones previstas para el 26 de febrero podrían extender el mandato de Abdulaye Wade siete años más. Siete años más de corrupción. Lamentable.
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