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Mostrando entradas de 2016

Los blogs (de mi vida)

Mi primer blog fue una obligación. Estaba en cuarto de carrera y un profesor pensó que la mejor manera de evaluarnos de su asignatura -no recuerdo el nombre, pero era algo sobre nuevas tecnologías- era hacerlo a partir de un blog. Entonces apenas había escuchado aquella palabreja y no entendía por qué no podía llamarse simplemente bloc. El soporte no me parecía importante. Fue el primer error de unos cuantos que seguí cometiendo y que me hicieron mantener una relación odiosa con él. Su objetivo era que los alumnos completáramos diferentes ejercicios que él iba marcando semanalmente. Cuando nos preguntó cómo se tenía que escribir en internet yo le escribí un decálogo, pero acabé recordando algo que le había leído a García Márquez, que lo importante, mucho más allá del medio, era saber escribir. Cuando nos hizo detallar el nuevo rol del teléfono móvil en nuestras vidas hice lo propio: acabé explicándole la escasa atención que poníamos ya cuando leíamos periódicos, esa tendencia a queda

Homofobia o islamismo radical

Qué fue primero, la homofobia o la adhesión al islamismo radical. Omar Mateen mató el domingo a 50 personas en un club gay en Orlando y antes de hacerlo manifestó su fidelidad al grupo terrorista Estado Islámico. Muchos políticos se apresuraron a dar su pésame y apoyo a las víctimas y sus familias a través de las redes sociales. En concreto, el líder de Izquierda Unida, Alberto Garzón, fue muy criticado por aludir al heteropatriarcado y no esperar a que se desvelara que el joven ya estaba en el punto de mira del FBI y que mantenía ciertos vínculos con Daesh. Pero, más allá de que la homofobia y el yihadismo puedan ser compatibles, ¿de verdad  fue el islamismo radical el origen de esta tragedia? Haizam Amirah, analista del Instituto ElCano, planteó el viernes pasado, durante unas jornadas sobre la extensión del yihadismo en África, una pregunta que ayuda a encontrar respuestas a esta cuestión: ¿Se está radicalizando el islamismo o se está islamizando el radicalismo? El investigador

Europa: memoria e ilusiones

Cuentan que Sofia Corradi se enfadó tanto después de regresar de Columbia y que no le convalidaran ni una sola asignatura en La Sapienza que decidió buscar alguna fórmula para que eso no ocurriera más. Su familia podía permitirse pagarle un año más de estudios, pero ¿y quienes no podían hacerlo? Así, o en parte así, nacieron en 1987 las becas Erasmus. Esta semana Sofia, "la mamma erasmus", recibió un reconocimiento en España por su aportación a la consolidación del proyecto europeo. La primera promoción Erasmus estuvo compuesta solo por 3.244 estudiantes y hoy ya más de 3.5 millones de jóvenes han estudiando en alguna universidad de otro estado miembro. Sus promotores sabían que la integración europea solo tendría sentido si contenía una fuerte dimensión social. Y lo consiguieron. Ahora, a punto de celebrar los tres decenios de uno de los proyectos que más fronteras ha borrado sin que nos demos cuenta, Erasmus no parece estar sirviendo para consolidar ningún sentimie

Una sociedad crowdfunding

Me gusta encontrar a personas con las que tengo algo en común y me gusta ayudar a que esos proyectos se pongan en marcha. Quizás por eso desde hace tiempo me siento como una especie de micromecenas del periodismo español. Cada vez que encuentro un periódico, revista o semanario que me entusiasma me siento tentada a suscribirme. Y esa tentación suele traducirse en que saque mi tarjeta de la cartera y escriba todos los dígitos de manera automática. A veces soy un poco tonta, porque incluso cuando algunos de esos medios empiezan a decepcionarme al intentar decirme cómo debo pensar, sigo pagando. Trato de concentrarme en lo que me aportan y en lo difícil que es hacer bien este oficio en tiempos en los que nos quieren convencer de que a casi nadie le importa el periodismo. En otras palabras, me gasto mi dinero en distintos medios porque no solo me gusta mi trabajo, sino que creo en él y en muchos periodistas que cada día, con más pena que gloria, hacen un trabajo excelente. Lo hago casi

No es tiempo para héroes

Evitar la construcción de doscientas viviendas sociales en Yonkers Este, un barrio "decente" de la ciudad neoyorkina, en la década de los ochenta. Esa fue la promesa que hizo que Nick Wasicsko se convirtiera en el alcalde más joven del país. Los vecinos se negaban a convivir con familias de negros procedentes de zonas conflictivas donde la droga y las redadas formaban parte del paisaje, y aquel chico, que no se había planteado llegar a la alcaldía y mucho menos que la planificación urbanística podía reducir la desigualdad, se comprometió a mantener la pureza de esos adosados. Este escenario es el que elige David Simon para escribir su su mini serie "Show me a hero" , seis capítulos basados en hechos reales que retratan las miserias de la política local, pero también las de una sociedad decidida a luchar para mantener su estabilidad.  Este guionista que se aleja de lo común suele elegir asuntos turbios y poco frecuentados por las televisiones. "Me interesa q

Firmitis

Al principio, lo único que importaba era que te hicieras un nombre. Tienes que firmar para que te conozcan, repetían los jefes a quienes empezaban en el oficio hace algunos años. Entonces, los nuevos llegábamos a las ruedas de prensa y nos preguntaban si éramos becarios: nadie sabía que existíamos y, lo peor, no parecíamos tener edad suficiente para hacer algo decente. Ese consejo ya se escucha menos, pero no porque haya más cautela o hayamos descubierto los peligros asociados a la firmitis: lo que ha cambiado es que ahora son pocos los que empiezan y muchos los que abandonan las redacciones para siempre. La crisis ha dejado medios desiertos, pero estos años de despidos y precariedad no explican todas las malas prácticas que se han asumido como cotidianas o efectos colaterales. Aún así, la observación no estaba equivocada, lo único que tiene un periodista es su nombre. Por eso nuestros nombres no deberían aguantarlo todo. Firmar cualquier texto es una actitud injusta -hacia quienes

Llegadas

Hay despedidas que tienen música, pero también llegadas. A veces alguien la elige por nosotros. Ese día me habría levantado a las seis de la mañana. El único avión que volaba a Sevilla entonces salía a las ocho. Aterrizaría sobre las once. Alguien me iría a recoger al aeropuerto, como en casi todas mis llegadas durante aquellos cuatro años. Abriría la puerta de casa. Nos contaríamos anécdotas. Almorzaríamos. Tomaríamos un manchado. Iríamos a clase. Y a la salida nos encontraríamos a aquel chico que nos rogaría que fuéramos como público a un programa de Canal Sur. "Me han dejado colgado". Yo solo tenía ganas de irme a casa, pero no coló. Siempre he querido marcharme, pero nunca he sabido hacerlo. Cuando empezaba a irme ya echaba de menos lo que dejaba. Me ha ocurrido siempre, salvo en Roma, donde, por cierto, la casualidad también hizo que viéramos a Jorge Drexler en aquel auditorio. Al final, aquel lunes agotador, acabé en un taxi que nos llevó a los estudios de la tele.

La libertad, una rareza

Dicen que apenas tenemos memoria histórica, que no somos capaces de recordar lo que ocurrió hace apenas unas décadas, que el mundo corre tan veloz que hay que redactar leyes que salvaguarden nuestras vivencias colectivas y aminoren el ritmo de destrucción de recuerdos. Lo que ayer era nuevo hoy es viejo. Es verdad. El mundo parece girar cada vez más deprisa y con tanta información, con tantos detalles, nuestra memoria se parece cada vez más a la de un pez. Es una cuestión de economía: los viejos recuerdos tienen que hacer sitio a los nuevos. Todo parece menos duradero, menos férreo. Todo menos los valores y los derechos que hemos conseguido. Estos no solo parecen inamovibles, sino también que siempre han estado aquí. Es difícil aceptar que seamos incapaces de imaginar cómo era la vida hace 45 o 50 años, pero más aún que no nos demos cuenta de cómo es hoy la vida en la mayor parte del mundo. Somos una rareza, a pesar de todas las grietas que nuestro sistema tiene. En estos ti

Los recuerdos que nos faltan

Fue una consecuencia, o un efecto, del horror que se vivió en noviembre del año pasado, cuando unos terroristas cometieron varios atentados, entre ellos una matanza en la sala Bataclan de París, y mataron a 130 personas. Al día siguiente, la policía encontró en el Stade de France, uno de los escenarios de los ataques, un pasaporte sirio con el nombre de Ahmad Almuhammad. Entonces nadie sabía si el documento pertenecía a alguno de los suicidas que habían sembrado el caos en la capital gala; ni siquiera si era falso. Sin embargo, y a pesar de la cautela que imploraron los agentes, periodistas y políticos ya tenían excusa para construir el vínculo entre refugiados y terroristas y boicotear el espacio Schengen, esa construcción europea que tanta prosperidad y progreso ha traído a Europa. El tiempo dio la razón a quienes pedían prudencia. La falsificación de documentos sirios se ha convertido en un lucrativo negocio para las mafias dedicadas a la trata de personas. Si tienes nacionalidad si

Periodismo sin épica

Hay profesiones más románticas que otras. A pesar del descrédito al que estamos sometidos, a los periodistas todavía se nos suele exigir que renunciemos a todo, que antepongamos el bien común al nuestro, que huyamos de cualquier comodidad y, por supuesto, que cobremos poco. Solo así podremos -quizás, solo quizás- hacer una labor decente. Esa exigencia siempre me ha recordado a una de las primeras cosas que aprendí cuando llegué a la facultad de periodismo. El primer día de clase, un profesor, no demasiado entusiasta al encontrarse aquella aula abarrotada de alumnos, nos dijo: “Los que se hayan matriculado en Periodismo porque quieran descubrir un Watergate o ser corresponsales de guerra, mejor que se den la vuelta”.  Yo todavía no tenía muy claro por qué me había matriculado, pero esas dos razones no tenían nada que ver con mi empeño en irme fuera de Tenerife a estudiar Periodismo. Y eso me preocupó más.  Me hizo convencerme de que no estaba donde tenía que estar. Si nunca me había