Hay despedidas que tienen música, pero también llegadas. A veces alguien la elige por nosotros. Ese día me habría levantado a las seis de la mañana. El único avión que volaba a Sevilla entonces salía a las ocho. Aterrizaría sobre las once. Alguien me iría a recoger al aeropuerto, como en casi todas mis llegadas durante aquellos cuatro años. Abriría la puerta de casa. Nos contaríamos anécdotas. Almorzaríamos. Tomaríamos un manchado. Iríamos a clase. Y a la salida nos encontraríamos a aquel chico que nos rogaría que fuéramos como público a un programa de Canal Sur. "Me han dejado colgado". Yo solo tenía ganas de irme a casa, pero no coló. Siempre he querido marcharme, pero nunca he sabido hacerlo. Cuando empezaba a irme ya echaba de menos lo que dejaba. Me ha ocurrido siempre, salvo en Roma, donde, por cierto, la casualidad también hizo que viéramos a Jorge Drexler en aquel auditorio. Al final, aquel lunes agotador, acabé en un taxi que nos llevó a los estudios de la tele. ...