Cuando era pequeña, siempre que me preguntaban de dónde era respondía que de Lanzarote. Entonces mi madre me explicaba que no, que de Lanzarote era ella y gran parte de mi familia, pero que yo había nacido en Tenerife. Yo no lo entendía. “Pero, ¿por qué? ¿Por qué no puedo ser yo también de Lanzarote?” Después de varias décadas, y de pasar los tres meses de cada verano escolar en esta isla y casi todas las navidades hasta mis 29, sé que ya la mitad de mí es conejera. Cada vez que vengo siento esa tranquilidad que solo te invade cuando estás en casa.