Todo esto lo cuenta el periodista Daniel Verdú en un interesante artículo publicado en la revista Claves de enero y febrero. También que uno de los terroristas logró viajar desde Turquía hasta Grecia y luego atravesar los Balcanes con el pasaporte encontrado en París. “Según la prensa francesa, el nombre inscrito en el documento (Ahmad Almuhammad) correspondía a un soldado de Bachar al Asad fallecido hacía meses. Días después la policía serbia detuvo a otro hombre con idéntico pasaporte, pero distinta foto. Ambos eran falsos y se compraron en el mercado negro de documentos falsos para refugiados”.
Situaciones parecidas podrían contarse en Calais, donde se calcula que seis mil personas malvivían los días que se produjeron los atentados. A muchos de esos refugiados también les robaron la documentación por el camino y tuvieron que recuperarla o adquirir otra para continuar. Pero se habla poco de eso. También de que, de momento, no hay vínculo entre terrorismo y refugiados. Lo que sí se sabe ya es que Ismael Omar Mustafá (Courcouronnes, 1985), francés de segunda generación, con una hija y una esposa embarazada, educado en la escuela pública, que viajó a Siria para combatir bajo las órdenes de Estado Islámico, fue uno de los terroristas que se inmoló aquel día tras asesinar a decenas de personas. Su relación con los refugiados que huyen hoy es que estuvo en Siria aterrorizándolos y matando a suEsos refugiados, a ojos de quienes no pueden huir, quienes están desplazados en sus propias ciudades, son unos privilegiados. Ellos han tenido los ahorros suficientes como para emprender ese viaje incierto. Muchos llevan años en poblados de casetas de campaña que recorren nuestra amurallada Europa. Están hacinados en el fin del mundo y son envidiados por ello.
Hay una ciudad turca, en la frontera con Siria, que ya ha acogido a más de 120.000 refugiados. Algunos no han conseguido llegar más lejos porque no tienen dinero. Otros esperan su oportunidad de cruzar una frontera que en otros tiempos fue muy porosa. Muchos tienen que rehacer el camino andado y regresar a un hogar que ya no existe y donde ni siquiera tienen familia. Se les ha acabado el dinero para seguir huyendo. Esa ciudad, Kilis, que ha duplicado su población desde que comenzó el conflicto armado, es hoy candidata a Premio Nobel de la Paz. Acoge a sirios que no han podido ir más lejos por falta de dinero, pero también a los que ahora no pueden cruzar y esperan el momento o a quienes entran en Turquía solo para poder ser atendidos en un hospital. El flujo de entrada se ha parado, pero si Alepo cae la presión será brutal. El periodista Bostjan Videmsek ha ido hasta allí para contarnos las miserias que pasan, esas tragedias personales que nunca nos llegan. Para influir en nuestra memoria, para que nuestros recuerdos no sean que un refugiado protagonizó una matanza en la sala Bataclan. Lo ha escrito en Ahora Semanal.
A veces me asusta pensar cómo esos miedos, que muchas veces surgen por falta de información, nos hacen ejercer tanta presión sobre nuestros gobiernos para que se tomen determinadas decisiones. Y cómo el pánico que tienen los políticos a no volver a ser elegidos hace que siempre se decanten por lo que la masa quiere, bajo cualquier circunstancia. En el momento de la historia en el que podemos acceder a más datos, a más historias, a más penurias, no lo hacemos. Me pregunto cuántas atrocidades permitiremos solo por no tener los recuerdos necesarios, por no haber leído, por no haber escuchado, por no haber creído que la solidaridad es la mejor forma de progreso que ha existido y existirá. Y entonces vuelvo a comprender la importancia y la fragilidad del periodismo.
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