Al principio, lo único que importaba era que te hicieras un nombre. Tienes que firmar para que te conozcan, repetían los jefes a quienes empezaban en el oficio hace algunos años. Entonces, los nuevos llegábamos a las ruedas de prensa y nos preguntaban si éramos becarios: nadie sabía que existíamos y, lo peor, no parecíamos tener edad suficiente para hacer algo decente. Ese consejo ya se escucha menos, pero no porque haya más cautela o hayamos descubierto los peligros asociados a la firmitis: lo que ha cambiado es que ahora son pocos los que empiezan y muchos los que abandonan las redacciones para siempre. La crisis ha dejado medios desiertos, pero estos años de despidos y precariedad no explican todas las malas prácticas que se han asumido como cotidianas o efectos colaterales. Aún así, la observación no estaba equivocada, lo único que tiene un periodista es su nombre. Por eso nuestros nombres no deberían aguantarlo todo.
Firmar cualquier texto es una actitud injusta -hacia quienes sí lo escribieron: periodistas de agencias o gabinetes- y poco honesta, pero es que, además, se corren dos riesgos muy graves: no contar lo que está sucediendo y no ser útiles. Decía Martín Caparrós en una entrevista reciente que las nuevas tecnologías nos están haciendo más cómodos y, por tanto, menos periodistas. "Internet tiene consecuencias bastante negativas, como el hecho de que hay muchos periodistas que no van ni a la esquina. Quieren saber si llueve y entran en el Weather Channel", decía entonces. Difícilmente sabremos qué preocupa a "lagente", como dice el argentino, qué problemas tiene, qué matices hay en cada historia que ya está sucediendo, si pretendemos escribirlas sin movernos de delante del ordenador. O lo que es peor: si nos hemos convencido de que editar una nota tiene algo que ver con HACER nuestro trabajo.
Sí, solo tenemos nuestro nombre, por eso deberíamos seleccionar y firmar lo que consideremos que merezca llevar nuestra firma. No creo que la calidad de un periodista se mida "al peso", es decir, por el número de informaciones firmadas, sino por su capacidad de entender y explicar el mundo. Ni siquiera se trata de dar la información antes, sino de darla bien. Por mucho que les repitamos a nuestros lectores que publicamos una exclusiva o que la primicia fue nuestra, solo nos recordarán si estamos ayudándoles a comprender qué ocurre a nuestro alrededor y qué tiene que cambiar. Es una tarea muy complicada, pero que vale la pena intentar.
Firmar cualquier texto es una actitud injusta -hacia quienes sí lo escribieron: periodistas de agencias o gabinetes- y poco honesta, pero es que, además, se corren dos riesgos muy graves: no contar lo que está sucediendo y no ser útiles. Decía Martín Caparrós en una entrevista reciente que las nuevas tecnologías nos están haciendo más cómodos y, por tanto, menos periodistas. "Internet tiene consecuencias bastante negativas, como el hecho de que hay muchos periodistas que no van ni a la esquina. Quieren saber si llueve y entran en el Weather Channel", decía entonces. Difícilmente sabremos qué preocupa a "lagente", como dice el argentino, qué problemas tiene, qué matices hay en cada historia que ya está sucediendo, si pretendemos escribirlas sin movernos de delante del ordenador. O lo que es peor: si nos hemos convencido de que editar una nota tiene algo que ver con HACER nuestro trabajo.
Sí, solo tenemos nuestro nombre, por eso deberíamos seleccionar y firmar lo que consideremos que merezca llevar nuestra firma. No creo que la calidad de un periodista se mida "al peso", es decir, por el número de informaciones firmadas, sino por su capacidad de entender y explicar el mundo. Ni siquiera se trata de dar la información antes, sino de darla bien. Por mucho que les repitamos a nuestros lectores que publicamos una exclusiva o que la primicia fue nuestra, solo nos recordarán si estamos ayudándoles a comprender qué ocurre a nuestro alrededor y qué tiene que cambiar. Es una tarea muy complicada, pero que vale la pena intentar.
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