Ir al contenido principal

Una sociedad crowdfunding


Me gusta encontrar a personas con las que tengo algo en común y me gusta ayudar a que esos proyectos se pongan en marcha. Quizás por eso desde hace tiempo me siento como una especie de micromecenas del periodismo español. Cada vez que encuentro un periódico, revista o semanario que me entusiasma me siento tentada a suscribirme. Y esa tentación suele traducirse en que saque mi tarjeta de la cartera y escriba todos los dígitos de manera automática. A veces soy un poco tonta, porque incluso cuando algunos de esos medios empiezan a decepcionarme al intentar decirme cómo debo pensar, sigo pagando. Trato de concentrarme en lo que me aportan y en lo difícil que es hacer bien este oficio en tiempos en los que nos quieren convencer de que a casi nadie le importa el periodismo. En otras palabras, me gasto mi dinero en distintos medios porque no solo me gusta mi trabajo, sino que creo en él y en muchos periodistas que cada día, con más pena que gloria, hacen un trabajo excelente. Lo hago casi como una cuestión de fe, o eso me gusta pensar.

Sin embargo, me preocupa mucho esa sociedad crowdfunding en la que vivimos. Todo el mundo pide dinero para su proyecto. Lo hacen algunos escritores para escribir su novela -el número de capítulos depende de las aportaciones de esos futuros lectores- y  los voluntarios que se van a Grecia o a Turquía para ayudar a los refugiados que huyen de la guerra. Incluso hay administraciones que han diseñado plataformas para que los ciudadanos encuentren la manera "segura" de ponerse en contacto entre ellos y colocar sus ahorros en alguna iniciativa social. 

Es fascinante que Internet nos permita formar comunidades y sacar adelante proyectos sin necesidad de contar con un potente inversor que financie la aventura. Puede considerarse una forma de democratizar los intereses en unos tiempos en los que las subvenciones escasean y todos, ONG, artistas y profesionales, quieren seguir viviendo, y si es posible, haciendo lo que les gusta. Pero da un poco de tristeza esa forma de mendigar compromisos. Esos guetos contribuirán a sufragar novelas, conciertos o almuerzos, pero el resto, en esta crisis que se ha olvidado del arte y de la acción social, simplemente no existirá. A mí me da un poco de miedo pensar que solo tendremos aquello que algunos queramos pagar. Lo que puede sorprendernos, lo que aún no nos imaginamos, lo que a priori no nos gusta, no existirá. Es decir, viviremos de la fe de unos cuantos. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mezquino azar

En las estanterías de cualquier bazar, situado en una céntrica calle de una capital europea, se amontonan las baratijas más variadas. Todas ellas, señuelos de la identidad de los países, sustentan la pequeña economía impulsada por los turistas desmemoriados. Una flamenca, un toro y una tortilla. Una Torre Eiffel, un Arco del Triunfo o el Moulin Rouge. El Coliseo, Vittorio Emanuele o Piazza Navona. La ingeniería de la miniatura es capaz de albergar cualquier símbolo con esencia patriótica. Si uno busca más allá de esos muestrarios que creen constreñir la esencia cosmopolita, se pueden hallar, también, creaciones más localistas. Una cutre Sagrada Familia o un Miró a pequeña escala pueden terminar en el salón de casa. Todas, amontonadas en cualquier esquina, están buscando con afán atraer la mirada del espectador, engatusarlo. Justo lo que intenta hoy hacer el nacionalismo. Lo que nadie se imagina es al vendedor, herramienta indispensable de este mercado, obligando a pagar por un trozo de...

Por qué García Márquez odiaba las entrevistas

A Gabo no le gustaban las entrevistas. Hace años contó por qué. Se dio cuenta de que las entrevistas habían pasado a ser parte absoluta de la ficción, y que en ese camino, además de perder originalidad, se había permitido que aflorara la más burda manipulación. No sé exactamente la fecha, pero sí que han pasado ya más de 30 años desde que el Nobel de Literatura argumentara sus consideraciones acerca de este género informativo. Sus pensamientos sobre este asunto y de otros han quedado recogidos en un maravilloso libro, Notas de prensa. Obra periodística (1961-1984). Detro de él hay dos textos en los que el colombiano reconoce su aversión a las entrevistas. Se titulan ¿Una entrevista? No, gracias y Está bien, hablemos de literatura . En el primero de ellos insiste en la necesidad de la complicidad, algo que hoy aterra a los periodistas de raza. “El género de la entrevista abandonó hace mucho tiempo los predios rigurosos del periodismo para internarse con patente de corso en los mangl...

Mi tarde con Antonio Cubillo

Hablé varias veces por teléfono con él antes de ir a su casa. Siempre me dio la impresión de que era un hombre huraño, desconfiado y suspicaz. Quería saber con exactitud el motivo de mi entrevista. Reconozco que estaba nerviosa aquella tarde de julio, pero era un hombre al que tenía que conocer si quería reconstruir parte de la historia reciente de Canarias. Sobre todo si quería conocer cómo este personaje había conseguido que Canarias condicionara la política española. Pero casi tres horas de charla no dan para mucho si una tiene delante a este hombre. Nunca termina de contarte todo lo que vivió. A pesar de todas los actos reprobables que haya podido cometer, cada vez que Antonio Cubillo me viene a la cabeza pienso en algo que me dijo aquella tarde. Entre los atentados del MPAIAC, las críticas a la OTAN, la tragedia de Los Rodeos, su relación con la Pasionaria, el enfado con Carrillo (que lo llamó pequeño burgués), su encuentro con el Che y las huelgas obreras, Cubillo me habló muc...