La primera vez que los vi no sabía quiénes eran ni por qué estaban allí. Era siete de agosto, hacía mucho calor y solo habían pasado un par de horas desde que habíamos aterrizado en Belgrado. Era imposible contarlos, pero en el parque que estaba al lado de la estación de trenes había cientos de personas. Algunos estaban sentados, otros, tumbados; todos, con cara de cansancio. Los belgradenses cruzaban el parque como si no estuviese lleno de familias. Entré al hotel, cogí la wifi y empecé a buscar información en Internet. La mayoría, contaban algunos medios anglosajones y germanos, venían de Siria, pero también procedían de Irak, Afganistán o Bangladesh. Todos huían de la guerra, de esos estados fallidos a los que la paz nunca llega. Leí todo lo que encontré, pero seguía pensando que era imposible que todo eso estuviese ocurriendo de verdad y que apenas se supiera, que hubiese tenido que ir hasta allí para saber...