Mi primer blog fue una obligación. Estaba en cuarto de carrera y un profesor pensó que la mejor manera de evaluarnos de su asignatura -no recuerdo el nombre, pero era algo sobre nuevas tecnologías- era hacerlo a partir de un blog. Entonces apenas había escuchado aquella palabreja y no entendía por qué no podía llamarse simplemente bloc. El soporte no me parecía importante. Fue el primer error de unos cuantos que seguí cometiendo y que me hicieron mantener una relación odiosa con él. Su objetivo era que los alumnos completáramos diferentes ejercicios que él iba marcando semanalmente. Cuando nos preguntó cómo se tenía que escribir en internet yo le escribí un decálogo, pero acabé recordando algo que le había leído a García Márquez, que lo importante, mucho más allá del medio, era saber escribir. Cuando nos hizo detallar el nuevo rol del teléfono móvil en nuestras vidas hice lo propio: acabé explicándole la escasa atención que poníamos ya cuando leíamos periódicos, esa tendencia a quedarnos con el titular. Pese a mis esfuerzos por contestar a sus cuestiones -pero también hacer mis acotaciones- solo saqué un cinco. El seis era el límite para no tener que hacer un examen que consistía en diseñar una pagina web con aquel dreamweaver. Entonces estaba indignada, pero hoy sé que yo habría suspendido a alguien a quien se le había ocurrido llamar a su blog "El caleidoscopio de la globalización, la cultura y la comunicación". Al mismo tiempo lo completé con los artículos que entonces publicaba en La Gaceta de Canarias. Ahora los releo y sé que a muchos les iba perfecto ese encabezado... (léase con un tono irónico considerable)
El segundo blog fue un placer. Lo abrí el año siguiente, cuando me fui de Erasmus a Roma. Al principio no hubo tiempo para nada. Luego empecé a enviar emails de vez en cuando a los amigos contándoles de todo un poco. Pero en un erasmus, sin internet (no era una novedad, me pasé toda la carrera sin saber lo que era la wiffi), en una casa en la que apenas estábamos, encontrar tiempo para mandar correos personalizados era imposible. Así que de los correos pasamos a las entradas esporádicas en aquel blog. Entonces pensé en una canción de Calamaro para ponerle un nombre menos pretencioso. Aunque el objetivo era doble -contar a los demás, pero también archivar los recuerdos para el día que los echara en falta-, lo cierto es que me gustó hacerlo y seguí escribiendo algún tiempo después. Hace unos días decidí sacar aquella ristra de historias de la red y quedármela para mí. Fue como cuando Facebook te recuerda qué paso un día como hoy. Algunas historias quieres compartirlas otra vez; otras prefieres recordarlas en solitario.
Mi tercer blog es este. Cuando lo abrí lo hice, sobre todo, para recopilar aquello que publicaba en el periódico y no quería perder. La archivística no es lo mío (y aquí podría contar otra historia de la asignatura de biblioteconomía). Exige demasiado tiempo que prefiero dedicar a otra cosa. La tecnología, esa que tanto nos ayuda pero que sigo pensando que es un soporte, me permitía hacerlo de manera sencilla. El título del blog se lo debo a una amiga y compañera de trabajo. Fue ella quien me lo propuso cuando pensaba nombre para las columnas del periódico de hace años.
Parece que a la tercera aprendí que en eso de los nombres tengo que delegar. Pero creo que los blocs o los blogs seguirán.
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