Hay despedidas que tienen música, pero también llegadas. A veces alguien la elige por nosotros. Ese día me habría levantado a las seis de la mañana. El único avión que volaba a Sevilla entonces salía a las ocho. Aterrizaría sobre las once. Alguien me iría a recoger al aeropuerto, como en casi todas mis llegadas durante aquellos cuatro años. Abriría la puerta de casa. Nos contaríamos anécdotas. Almorzaríamos. Tomaríamos un manchado. Iríamos a clase. Y a la salida nos encontraríamos a aquel chico que nos rogaría que fuéramos como público a un programa de Canal Sur. "Me han dejado colgado". Yo solo tenía ganas de irme a casa, pero no coló.
Siempre he querido marcharme, pero nunca he sabido hacerlo. Cuando empezaba a irme ya echaba de menos lo que dejaba. Me ha ocurrido siempre, salvo en Roma, donde, por cierto, la casualidad también hizo que viéramos a Jorge Drexler en aquel auditorio.
Al final, aquel lunes agotador, acabé en un taxi que nos llevó a los estudios de la tele. Nos sentamos sin saber quién era el invitado. Y resultó que era Luis Pastor, y que de repente se puso a hablar de Güímar, de su mujer, la hermana de Pedro Guerra, de lo que le gustaba Tenerife. Y cantó su alegato en contra de la Guerra de Irak, la guerra que marcó mis años de carrera, la que hizo que se suspendieran las clases pero que la facultad siguiera abierta, 24 horas, en "alerta informativa", por la que hicimos pancartas, por la que encendimos velas en Plaza Nueva.
La casualidad ha hecho que hoy haya acabado escuchando esa canción. Ya no estamos en Sevilla. Irak sigue en nuestras vidas. Pero ahora me resisto mucho más a las despedidas y tengo muchas menos cosas claras que entonces. Será la edad o serán las guerras.
Siempre he querido marcharme, pero nunca he sabido hacerlo. Cuando empezaba a irme ya echaba de menos lo que dejaba. Me ha ocurrido siempre, salvo en Roma, donde, por cierto, la casualidad también hizo que viéramos a Jorge Drexler en aquel auditorio.
Al final, aquel lunes agotador, acabé en un taxi que nos llevó a los estudios de la tele. Nos sentamos sin saber quién era el invitado. Y resultó que era Luis Pastor, y que de repente se puso a hablar de Güímar, de su mujer, la hermana de Pedro Guerra, de lo que le gustaba Tenerife. Y cantó su alegato en contra de la Guerra de Irak, la guerra que marcó mis años de carrera, la que hizo que se suspendieran las clases pero que la facultad siguiera abierta, 24 horas, en "alerta informativa", por la que hicimos pancartas, por la que encendimos velas en Plaza Nueva.
La casualidad ha hecho que hoy haya acabado escuchando esa canción. Ya no estamos en Sevilla. Irak sigue en nuestras vidas. Pero ahora me resisto mucho más a las despedidas y tengo muchas menos cosas claras que entonces. Será la edad o serán las guerras.
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