Cuando hace unos días le preguntaron al vicepresidente de la Comisión Europea Joaquín Almunia por los efectos de la intervención europea en Grecia, él -algo molesto- respondió: “Hubo que actuar con urgencia. Nadie puede estar satisfecho analizando lo ocurrido ahora y me parece que en política es sano revisar lo que se está haciendo para corregir el tiro” (…) “Entonces no había posibilidad de decir espere, que voy a la universidad a estudiar un doctorado en Economía”. Había que actuar y así se hizo. Ahora, tres años después, el Fondo Monetario Internacional ha publicado un informe sobre los ajustes impuestos por la troika en 2010. La principal conclusión a la que ha llegado es que se subestimó el impacto de la austeridad en la vida de las personas.
Joaquín Almunia se equivocó. También Olli Rehn, Christine Lagarde, Angela Merkel, Yorgos Papandreu y muchos más. Equivocarse es la práctica más común que existe. La cuestión es qué responsabilidades adquieren los políticos cuando deciden postularse para sus cargos. Muchos de ellos tienen capacidad para dibujar nuestro futuro, son artífices de la pesadilla o el sueño de toda una generación, pero ya no son elegidos democráticamente. Los ciudadanos corrientes solo tienen derecho a decidir lo que ocurre dentro de sus fronteras; el nuevo siglo les ha enseñado que pueden elegir gobiernos, pero no políticas. La crisis ha logrado que la Unión Europea avance en el proceso de integración y que muchos caminos se tomen conjuntamente desde Bruselas, pero la factura que estamos pagando es desproporcionada.
Aún suscribo esa máxima que una vez le leí al periodista gallego Manuel Jabois y que sintetizaba la cultura de la picaresca de nuestro país: “Una de las cosas más extravagantes de España es que los políticos piensen que para dimitir tienen que cometer un delito”. Sigo sorprendiéndome muchísimo de que eso continúe ocurriendo, pero también sigo esperando que algún día nuestros políticos sean conscientes de que incumplir sus programas electorales o no estar a la altura de las circunstancias es una razón bastante buena para abandonar un despacho. Según el diccionario de la Real Academia Española, subestimar es “estimar a alguien o algo por debajo de su valor”. No se trata de que nuestros políticos, los españoles o los europeos, hayan subestimado la austeridad. Nos han subestimado a nosotros: nuestro dolor, nuestro sufrimiento, nuestras vidas
Joaquín Almunia se equivocó. También Olli Rehn, Christine Lagarde, Angela Merkel, Yorgos Papandreu y muchos más. Equivocarse es la práctica más común que existe. La cuestión es qué responsabilidades adquieren los políticos cuando deciden postularse para sus cargos. Muchos de ellos tienen capacidad para dibujar nuestro futuro, son artífices de la pesadilla o el sueño de toda una generación, pero ya no son elegidos democráticamente. Los ciudadanos corrientes solo tienen derecho a decidir lo que ocurre dentro de sus fronteras; el nuevo siglo les ha enseñado que pueden elegir gobiernos, pero no políticas. La crisis ha logrado que la Unión Europea avance en el proceso de integración y que muchos caminos se tomen conjuntamente desde Bruselas, pero la factura que estamos pagando es desproporcionada.
Aún suscribo esa máxima que una vez le leí al periodista gallego Manuel Jabois y que sintetizaba la cultura de la picaresca de nuestro país: “Una de las cosas más extravagantes de España es que los políticos piensen que para dimitir tienen que cometer un delito”. Sigo sorprendiéndome muchísimo de que eso continúe ocurriendo, pero también sigo esperando que algún día nuestros políticos sean conscientes de que incumplir sus programas electorales o no estar a la altura de las circunstancias es una razón bastante buena para abandonar un despacho. Según el diccionario de la Real Academia Española, subestimar es “estimar a alguien o algo por debajo de su valor”. No se trata de que nuestros políticos, los españoles o los europeos, hayan subestimado la austeridad. Nos han subestimado a nosotros: nuestro dolor, nuestro sufrimiento, nuestras vidas
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