Todo lo que no se puede explicar y todo lo que no tiene solución es una burbuja. Antes de que empezara la crisis se habló mucho de la economía española. Se dijo que era un monocultivo intensivo que acabaría desgastándose y que nos pasaría factura. Nadie quiso hacer caso a los malos augurios, pero la burbuja un buen día estalló. Lo hizo al mismo tiempo que reventó la de las hipotecas subprime en Estados Unidos. Hasta entonces habíamos escuchado hablar poco de las burbujas económicas, pero la crisis trajo clases de economía para todos, y una vez que aprendimos qué significaba el concepto algunos decidieron que se podía usar para casi todo. Lo último que he escuchado al respecto es que hay una burbuja universitaria. Es curioso, durante años el sueño de nuestros padres fue que acabáramos las carreras que ellos nunca empezaron y nos aseguraran un futuro idílico. Muchos se mataron a trabajar, renunciaron a vacaciones, almuerzos y salidas para financiar esa excelencia. Eran buenos tiempos para hacerlo. Las universidades ya no eran patrimonio de las grandes ciudades: tenían sedes en casi todo el país. Y el discurso institucional había calado: si querías triunfar en la vida debías tener un título universitario. Nadie lo decía abiertamente, pero estudiar FP era la segunda opción. ¿Cómo no se iban a sacrificar nuestras familias?
Es verdad que muchas universidades pusieron más énfasis de la cuenta en levantar infraestructuras, que el mercado quiso marcar demasiado la pauta en las competencias de los licenciados y que los gobiernos autonómicos exigieron títulos a la carta. Las prioridades cambiaron y se perdió en excelencia. Hasta ahí puede llegar la burbuja, pero decir que este país tiene más universitarios de la cuenta es un tremendo error y, sobre todo, una falta de respeto, especialmente hacia los padres. Hoy, muchos de sus hijos no trabajan, forman parte de ese escalofriante porcentaje de desempleados juveniles. Pero es que ellos, después del esfuerzo, tampoco tienen empleo. Les ha tocado ser parte del desempleo estructural, del que no sabe si reír o llorar cuando escucha hablar de elevar la edad de la jubilación, del que no pudo ir a la universidad, del que no podrá emigrar, del que no podrá retornar, del que no sabe cómo sobrevivir. Ellos estuvieron en la burbuja incorrecta. Porque, afotunadamente, el conocimiento y la juventud siempre tendrán más oportunidades. El paro de larga duración sí es una burbuja, y todavía no ha estallado. Empecemos a hablar de eso.
Es verdad que muchas universidades pusieron más énfasis de la cuenta en levantar infraestructuras, que el mercado quiso marcar demasiado la pauta en las competencias de los licenciados y que los gobiernos autonómicos exigieron títulos a la carta. Las prioridades cambiaron y se perdió en excelencia. Hasta ahí puede llegar la burbuja, pero decir que este país tiene más universitarios de la cuenta es un tremendo error y, sobre todo, una falta de respeto, especialmente hacia los padres. Hoy, muchos de sus hijos no trabajan, forman parte de ese escalofriante porcentaje de desempleados juveniles. Pero es que ellos, después del esfuerzo, tampoco tienen empleo. Les ha tocado ser parte del desempleo estructural, del que no sabe si reír o llorar cuando escucha hablar de elevar la edad de la jubilación, del que no pudo ir a la universidad, del que no podrá emigrar, del que no podrá retornar, del que no sabe cómo sobrevivir. Ellos estuvieron en la burbuja incorrecta. Porque, afotunadamente, el conocimiento y la juventud siempre tendrán más oportunidades. El paro de larga duración sí es una burbuja, y todavía no ha estallado. Empecemos a hablar de eso.
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