Me he pasado once años viviendo en la misma casa, pero siento que en este tiempo me he mudado un par de veces. Cuando mis padres se separaron, la casa de mi infancia empezó un proceso de descomposición que concluyó, años después, con su desaparición. Al principio solo dejó de ser un lugar feliz al que ir a comer los domingos, pero con el paso del tiempo -y con su venta- se convirtió también en un lugar al que no volvería jamás y que ya no cobijaría los libros que había acumulado desde que empecé a leer y hasta que me fui a la universidad. En esa casa tuve insomnio por primera vez y descubrí lo difícil que es leer si tu mente está enferma. Cuando tenía 15 años, dos compañeros de mi instituto se suicidaron tirándose por un barranco. Esa noche de mayo la pasé en el balcón de mi cuarto, tiritando de frío, incapaz de pegar ojo y también de leer, hasta que empezó a amanecer y me preparé para volver a clase. En esa casa murió mi cocker spaniel , el primer ser vivo del que me responsabi
Dice la neurociencia que la música mejora el desarrollo cerebral de los bebés, pero ninguno de nosotros recuerda las canciones que le cantaba su madre cuando tenía nueve meses. De hecho, es probable que ni siquiera seamos capaces de fijar en nuestra memoria el momento exacto en el que escuchamos por primera vez melodías que lograron sobrevivir a las modas y que nos han acompañado siempre. Hace unos días me desperté con la muerte de Pablo Milanés y me di cuenta de que, aunque no puedo asociar muchas de sus letras a momentos concretos de mi vida, esa incapacidad para agarrarme a un recuerdo y adherirlo a una canción, a un disco, lo situaba en un lugar privilegiado. Pablo se había convertido en parte de mí, porque no me había abandonado desde aquella vez en que alguno de sus temas invadió el pequeño piso de barriada en el que viví parte de mi infancia. Es difícil describir el dolor que sentimos cuando despedimos a alguien a quien admiramos, alguien que nos ha dado cobijo cuando he