La red está plagada de páginas con citas y citas de eminencias de cualquier época y materia. Solo hace falta escribir en Google el nombre de alguna autoridad en literatura, medicina o astrofísica y el buscador hará su trabajo. Encontrará decenas y decenas de enlaces donde leer el mismo listado de frases. Algunas, muy pocas, pertenecen a la obra de su autor; otras, la mayoría, no se sabe de dónde vienen ni en qué momento pasaron a formar parte del legado inmaterial del personaje. Desde Hemingway hasta Ramón y Cajal, pasando por Sartre: la cantidad de frases que circulan por distintas páginas webs es enorme, pero lo que es realmente incalculable es el volumen de citas falsas. Dicen que Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez son los escritores que encabezan el ranking de autores con más atribuciones indebidas. Quién sabe. No hay evidencia empírica, pero lo que sí es cierto es que el fallecimiento del colombiano ha servido para observar una vez más el fenómeno. Nadie ha querido quedarse sin tuitear aquella enseñanza valiosa del premio Nobel. El problema es que para hacerlo no han podido recurrir a la memoria, han tenido que bucear en estas wikipedias cutres que son capaces de asignar a Gabo frases propias de cualquier manual de autoayuda y que en el mejor de los casos podrían ser de Paulo Coelho.
Esa necesidad, que se intensifica con los fallecimientos de la misma manera que las editoriales sacan ediciones especiales a sabiendas del éxito de ventas, es un rasgo característico de nuestra época. No es solo un síntoma de falta de sentido común y de ignorancia hacia el autor, que también; es, sobre todo, un ejemplo de ese afán de hacer todo a nuestra imagen y semejanza. No nos gusta la verdad, nos gusta nuestra verdad. También ocurre en la clase política, donde algunos dirigentes han preferido olvidar el vínculo entre Márquez y Castro y destacar su digna y férrea condena a la violencia en un país tan convulso como el suyo, y otros, en cambio, han optado por ensalzar su relación con el régimen cubano para legitimar el pensamiento propio. Queremos reconocerlo a él, pero sobre todo queremos reconocernos a nosotros mismos.
El mejor homenaje, no obstante, es el que implica acatar la revolución que lideró: esa fue en la literatura latinoamericana y la mejor forma de entenderlo es leyendo todo lo que tenemos pendiente. Así aprenderemos a calibrar la veracidad de las declaraciones y, de paso, descubriremos todo aquello que no cabe en un decálogo en Internet.
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