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Canarias, ultraperiferia cultural




Menos conciertos y todos en formato acústico. La crisis ha reducido a la mínima expresión el calendario musical en el Archipiélago y ha desterrado de los escenarios las baterías, los bajos y casi todos los teclados. Muy lejos han quedado los tiempos de los macroconciertos -Michael Jackson en la dársena pesquera o el Son Latinos en la playa de Las Vistas-, pero también aquellos días en los que las bandas llenaban la plaza de toros o el recinto ferial de Santa Cruz. Las administraciones, que hace unos años subvencionaban el billete y la tarifa de casi todos los artistas que copaban las radiofórmulas, hoy solo pueden destinar ridículos presupuestos a cultura. Y los empresarios, que en otros tiempos completaban con creces la agenda, hoy se lo piensan mucho antes de embarcarse en una aventura así. No hay dinero para sufragar conciertos y el público no puede, o no quiere, pagar más de 15 euros por espectáculo. El margen para el populismo cultural ha desaparecido y los emprendedores del sector no encuentran subvenciones a las que agarrarse. Así, traer al vocalista es el único reto que, de vez en cuando, se puede asumir.

Uno de los pocos empresarios arriesgados es el dueño del Búho Club en La Laguna. Su apuesta decidida por la música es mucho más que una simple declaración de intenciones. A pesar de las dificultades económicas -que incluso le obligaron hace unos años a suspender la actuación de Christina Rosenvinge porque no vendió entradas suficientes- no ha dejado de programar. Su oferta es discreta, pero constante. Este sábado, Xoel López presentó su primer disco en solitario en un Espacio Aguere abarrotado. También él vino solo, sin sus compañeros de ruta que en la Península siempre le acompañan (en furgoneta), pero fue capaz de llenar la sala. Se armó con dos guitarras diferentes, un ukelele, un teclado, un pedal de percusión y dos micrófonos que transformaban su voz de tal manera que parecía que había más de un músico sobre el escenario del antiguo cine. Fue una de esas noches difíciles de olvidar.

Luego, cuando acabó, llegó el momento de aterrizar en la realidad y asumir una triste certeza: Canarias se está quedando en la ultraperiferia cultural. No es solo un problema musical. Las películas que no están dentro del circuito comercial difícilmente se exhiben en las Islas, el repertorio de recitales es testimonial y las grandes obras de teatro, que escasean menos, se pueden contar con los dedos de las dos manos a lo largo de doce meses. La ausencia de bandas sobre los escenarios es la punta de un iceberg que nos negamos a ver.

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