Las historias de Leila Guerriero suelen ser inusuales. Quizás porque ella tiene una habilidad que es también una rareza: sabe ver lo que otros no ven. El escritor Jorge Carrión la describió hace unos días para El País Semanal como "una luminosa lectora de realidades". Me pareció la descripción más acertada. Solo así se explica que para escribir su último libro, Guerriero viajara hace dos años hasta un pequeño pueblo del interior de Argentina para contar la
historia de un concurso de baile folklórico: el Festival Nacional de
Malambo de Laborde. El malambo es un baile tradicional que practican los gauchos argentinos. Pero la historia que ella cuenta va mucho más allá de una competición. Trata sobre los retos y las metas que nos trazamos, sobre la necesidad de marcarnos objetivos y, además, de alcanzarlos con dignidad.
El relato de esta argentina que me deslumbró hace algunos años, y a la que desde entonces sigo con entusiasmo, me hizo pensar en ese ritual de retos y listas que hacemos cada vez que un año llega a su fin. La fecha solo es una excusa, pero me parece muy saludable que exista una fecha que nos obligue a hacer balance. Si no existiera, algunos encontrarían el momento de sentarse frente a la balanza y pensar qué fue de todo aquello que un día deseamos. Yo no sería una de ellos.
Por eso, por fortuna existe el 31 de diciembre. Aunque una llegue a esa despedida con un resfriado cogido a última hora. Sea el 31, el 30 o el 2 de enero, al final se produce ese viaje en el tiempo, tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Esta vez, con todos los fracasos y las sonrisas que también ha traído 2013, he llegado a la conclusión de que mi gran éxito de este año ha vuelto a ser un propósito que me trazo cada fin de año: ser consciente de que siempre tendremos que hacer renuncias, soportar mediocridades, pero que el verdadero éxito es saber dónde está el límite. Hay situaciones que no se deben soportar jamás: ni por una persona, ni por un trabajo, ni por nada. La combinación de ambas certezas es indispensable para no caer en la frustración. Solo así seguiremos encontrando tan luminosos muchos aspectos de nuestras vidas.
Feliz 2014.
El relato de esta argentina que me deslumbró hace algunos años, y a la que desde entonces sigo con entusiasmo, me hizo pensar en ese ritual de retos y listas que hacemos cada vez que un año llega a su fin. La fecha solo es una excusa, pero me parece muy saludable que exista una fecha que nos obligue a hacer balance. Si no existiera, algunos encontrarían el momento de sentarse frente a la balanza y pensar qué fue de todo aquello que un día deseamos. Yo no sería una de ellos.
Por eso, por fortuna existe el 31 de diciembre. Aunque una llegue a esa despedida con un resfriado cogido a última hora. Sea el 31, el 30 o el 2 de enero, al final se produce ese viaje en el tiempo, tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Esta vez, con todos los fracasos y las sonrisas que también ha traído 2013, he llegado a la conclusión de que mi gran éxito de este año ha vuelto a ser un propósito que me trazo cada fin de año: ser consciente de que siempre tendremos que hacer renuncias, soportar mediocridades, pero que el verdadero éxito es saber dónde está el límite. Hay situaciones que no se deben soportar jamás: ni por una persona, ni por un trabajo, ni por nada. La combinación de ambas certezas es indispensable para no caer en la frustración. Solo así seguiremos encontrando tan luminosos muchos aspectos de nuestras vidas.
Feliz 2014.
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