“Es muy difícil vivir sin creer. La historia de la humanidad es el
relato de los relatos que los hombres inventaron para escapar del horror
del vacío, para no resignarse a que las cosas suceden porque sí y que
la muerte es el fin de cada vida y que no hay un orden superior. No hay
nada más lindo que creer aunque no te paguen, aunque no te amenacen:
nada ha justificado más barbaridades que una buena creencia. Porque no
hay nada más lindo que creer aunque, para eso, haya que cerrar muy
fuerte los ojos y gritar amén más fuerte todavía”. Martín Caparrós, el
argentino que practica con maestría un periodismo impertinente, hizo
este elogio irónico de la fe hace justo un año en su blog -Pamplinas-
cuando intentaba entender el férreo apoyo de algunos artistas de su país
al gobierno de Cristina de Kirchner. En su balance de año nuevo ha
recuperado un fragmento de este texto que se publicó a cuenta del cruce
de cartas entre Ricardo Darín y la presidenta argentina, y en que el que
decía que él no creía que el vínculo político de estrellas mediáticas
como Fito Páez tuviera mucho que ver con la plata. Es algo que va más
allá y que solo se explica si entendemos algo de las pasiones humanas.
Hay muchas listas sobre los acontecimientos más impactantes de este año que acaba de concluir. En todas se habla de la renuncia de Benedicto XVI y del ascenso de un nuevo papa que ha traído aires de cambio al Vaticano. La religión sigue teniendo un protagonismo innegable en el contexto mundial, pero ¿qué queda para quienes son incapaces de aferrarse a un Dios?
Las incertidumbres son mucho más difíciles de aplacar a medida que pasan los años, pero Caparrós tiene una respuesta que a mí me sirve y mucho: “A los que no conseguimos creer en inventos sobrenaturales, la política nos ofreció un remedio: creer en la posibilidad de cambiar radicalmente el mundo. Yo creí en ella -y, de otro modo, que intento hacer menos religioso-, creo todavía”.
Tampoco yo encontré ningún panteón que me convenciera. Solo personas corrientes, algunas que te entusiasman, otras que te defraudan y unas pocas que te molestan profundamente. Lo bueno de que no sean dioses es que no son eternos. El ser humano necesita creer para seguir caminando. Nuestra misión no es solo perfeccionar nuestras creencias, sino intentar ser personas más creíbles. Solo así seguiremos creyendo en algo, aunque ese algo cambie.
Hay muchas listas sobre los acontecimientos más impactantes de este año que acaba de concluir. En todas se habla de la renuncia de Benedicto XVI y del ascenso de un nuevo papa que ha traído aires de cambio al Vaticano. La religión sigue teniendo un protagonismo innegable en el contexto mundial, pero ¿qué queda para quienes son incapaces de aferrarse a un Dios?
Las incertidumbres son mucho más difíciles de aplacar a medida que pasan los años, pero Caparrós tiene una respuesta que a mí me sirve y mucho: “A los que no conseguimos creer en inventos sobrenaturales, la política nos ofreció un remedio: creer en la posibilidad de cambiar radicalmente el mundo. Yo creí en ella -y, de otro modo, que intento hacer menos religioso-, creo todavía”.
Tampoco yo encontré ningún panteón que me convenciera. Solo personas corrientes, algunas que te entusiasman, otras que te defraudan y unas pocas que te molestan profundamente. Lo bueno de que no sean dioses es que no son eternos. El ser humano necesita creer para seguir caminando. Nuestra misión no es solo perfeccionar nuestras creencias, sino intentar ser personas más creíbles. Solo así seguiremos creyendo en algo, aunque ese algo cambie.
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