Nació en Kenia, pero su época infantil y africana duró poco: a los ocho años se había mudado a Londres y seguramente ya había descubierto que la historia de Papá Noel tenía muy poca lógica: “¿cuántas chimeneas por minuto tendría que recorrer ese hombre viejo y regordete para terminar en una noche de repartir todos esos regalos?” El biólogo Richard Dawkins, que estos días está en Tenerife participando en el Festival Starmus, es un escéptico convencido que quiere convencer. Sus dogmas son dos: no existe Dios y la mayoría de los mortales arrastra una carencia contra la que hay que luchar: no sabe pensar. Cada vez que atiende a un periodista o que tuitea repite su alegato en favor del escepticismo y del raciocinio. En 2009 dejó patente su modo de entender el mundo con una llamativa publicidad en las guaguas londinenses que decía “Probablemente no hay Dios. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. En tiempos del auge del Tea Party, su mensaje no ha pasado inadvertido: este enamorado de Darwin hace campaña contra el creacionismo y el ateísmo con desbordante entusiasmo.
El zoólogo, uno de los expertos que comparte cartel con el afamado Stephen Hawking, rememoró hace unos días en una entrevista concedida a un suplemento cultural nacional una polémica surgida a cuenta de un tuit. Un seguidor le pidió consejo después de enterarse de que el bebé que esperaba probablemente padecería síndrome de Down. “Aborte e inténtelo otra vez. Sería inmoral traerlo al mundo si tiene elección”, respondió. Las críticas fueron abrumadoras. “Yo dije que personalmente me parecía inmoral tenerlo. No que fuera una regla universal, pero sí lo es para mí y para el 90% de mujeres que lo haría en esa circunstancia. ¿Sabe lo que les sucede? Mueren muy jóvenes, tienen terribles enfermedades, deficiencia mental. Creo que cuando el feto no está suficientemente desarrollado, y no tiene un sistema nervioso, es mejor abortar. Me han bombardeado en Twitter enviándome fotografías de niños con Down y diciéndome: quiere usted matar a mi hijo. Claro que no quiero matar a su hijo, sino detener la posibilidad de que vengan más niños como él al mundo cuando no son más que un renacuajo”. La visita de Dawkins y la dimisión del ministro de Justicia de mi país, Alberto Ruiz-Gallardón, me recordaron ayer algo que el político nunca aprendió: nadie estaba ni está a favor del aborto, pero una inmensa mayoría sabe que es imprescindible que exista ese derecho aunque desearía no ejercerlo nunca. Esa es nuestra victoria.
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