Hace cinco años todavía creíamos en Europa. Creíamos tanto que el Consejo Europeo, que por ese entonces presidía Nicolas Sarkozy, encargó a brillantes expertos un diagnóstico de las enfermedades que la Unión Europea padecería en las dos décadas siguientes. Entre los consultados estaban Felipe González, Mario Monti y Jorma Ollila. El análisis se llamó Proyecto Europa 2030 y empezaba así: "Lo que vemos no es tranquilizador para la Unión y sus ciudadanos...". Los ciudadanos tampoco estaban tranquilos. El Eurobarómetro de 2009 reflejaba la misma incertidumbre: la mayoría de los europeos creía que la vida en 2030 sería mucho más difícil. También que la situación económica y el paro serían las cuestiones más importantes para su país. La crisis apenas había empezado cuando el grupo se reunió por primera vez en 2007. Todo estaba por suceder. Pero cuando se presentó el informe, en mayo de 2010, Lehman Brothers ya había quebrado.
Los 20 años anteriores habían sido perturbadores, una especie de huida hacia adelante. El mundo se había vuelto multipolar, el liberalismo económico se había pervertido y la UE se había consagrado como un gigante económico gracias, en gran parte, a su capital humano. Todos nos habíamos vuelto más cosmopolitas: las fronteras se habían abierto al mismo tiempo que el dinero, a un interés muy bajo, había llegado a nuestros bolsillos en forma de créditos.
Los 20 años que están por venir serán, probablemente, más perturbadores aún. El mundo seguirá cambiando, pero no sabemos dónde estará Europa. Centrada en la crisis, se ha olvidado de todos los retos que ya tenía antes de la Gran Recesión. En 2010 todavía era el mercado más grande del mundo, representaba un cuarto del comercio mundial y aportaba dos tercios de la ayuda mundial para el desarrollo, pero así y todo, hoy Europa se está hundiendo. Y la repetida metáfora del Titánic -cuando la nave se hunda no importará quién iba en primera- no ha servido para nada. Tampoco las similitudes con la Gran Depresión. El enfrentamiento entre economistas de hoy es equiparable al que protagonizaron Keynes y Milton Friedman. No hemos aprendido nada.
Mientras tanto, otras regiones están tomando la delantera: están invirtiendo más en investigación, desarrollo e innovación. En 2030, si la realidad no cambia las previsiones, Asia estará a la vanguardia de las novedades tecnológicas y científicas, que transformarán la calidad de vida de todos sus habitantes. Europa, para competir, debería aumentar el acceso a la educación. Se calcula que ese año un millón de estudiantes chinos e indios estudiará en el extranjero. Este avance traerá consigo un aumento en la demanda energética mundial. Se estima que las necesidades energéticas del mundo serán un 50% más elevadas que hoy y los combustibles fósiles representarán un 80% de la oferta. La UE, con una peligrosa dependencia energética del exterior, tendrá problemas.
Pero no será el único problema: los europeos se están haciendo mayores. Cada vez están más viejos y más desmemoriados. Están cansados y apenas conocen cuatro datos que explican el nacimiento de la UE. Dentro de 40 años habrá cuatro trabajadores por cada tres jubilados. Para revertir este desequilibrio, que es una amenaza real para el sistema de pensiones, habrá que elevar los índices de participación en el mercado laboral, aplicar políticas de inmigración y fomentar la natalidad. Y se hará mejor en un territorio tan extenso como la UE, con una capacidad de negociación potente (tiene detrás un mercado de 500 millones de personas), una experiencia democrática mayor y sin muros que restrinjan el conocimiento. Sin embargo, para conseguir que los europeos vuelvan a confiar en Europa hará falta más que apelar a la historia. Los ciudadanos solo harán un esfuerzo similar al que se hizo tras la Segunda Guerra Mundial si hay políticos dispuestos a sacrificarse por algo en lo que creen. Hoy los políticos ya no hablan de Europa, de sus principios fundamentales o de sus aspiraciones. Solo hablan de la austeridad. Y es curioso: reclaman austeridad desde cualquier púlpito, pero está claro que no se han parado a leer la definición que dan instituciones como la Real Academia de la Lengua Española del concepto de austero. La primera acepción es "severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral". La segunda "sobrio, morigerado, sencillo, sin ninguna clase de alardes". Las políticas que están adoptando los países de la UE -un ejemplo muy claro es España- no se atienen a reglas morales ni pueden calificarse como sobrias (templadas, moderadas). Lo único que hacen es estrangular a los más débiles. Así, ¿quién va a creer en Europa?
Las diferentes varas de medir son las que tienen estrangulados a los más débiles. Archivos de causas como la de hoy de Botín y su familia, que bonito que se enriquezcan todos juntos, y la de los gastos de Carlos Dívar, hacen que los ciudadanos se opongan a cualquier sacrificio y más si proceden de polìticos que siguen anclados en sus privilegios y lanzan por la borda los proyectos que les llevaron al poder.
ResponderEliminarCreo que nunca voy a olvidar lo que dijo Dívar. Para él 6000 euros es una miseria. Un desgraciado puede ir a la cárcel por un hurto de 400 euros. Este es el mundo en el que vivimos. Necesito otro.
ResponderEliminarYo creo que el problema está en creer en esa idea mítica de Europa. Seamos sinceros, Europa puede que exista, pero su estado natural es la decadencia: ya desde la caída del Imperio Romano, nuestro devenir ha sido una sucesión de épocas de bonanza con otras de crisis, en las que indefectiblemente siempre se terminaba con algún tipo de conflicto bélico.
ResponderEliminarPor ello, nada ha cambiado en esencia. Con el Tratado de Roma, luego CEE y ahora la UE parecía que por fin lo habíamos logrado, pero las inercias históricas son poderosas, y otra vz estamos en las mismas. Como la interrelación entre estados es más compleja, se han agudizado los problemas. O sea, que siguiendo nuestra peculiar tendencia autodestructiva, no sería sorprendente que acabáramos pegándonos bombazos otra vez. Espero que no, pero sí está claro que ahora toca otro periodo desigual con potencias dominadoras (Alemania, Francia) y otras (PIGS) subyugadas no por el poder de las armas, sino de la bolsa.
Tienes toda la razón en lo de la historia, pero creo que aún así no debemos renunciar a la idea de Europa que nació tras la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, la vida de los europeos ha mejorado notablemente y no se ha producido ningún conflicto bélico en el continente. En un mundo multipolar, en el que Asia tendrá un papel muy relevante, a Europa no le queda otra alternativa que unirse. No se trata de anular al otro, se trata de lograr un equilibrio de fuerzas que garantice cierto progreso y cierta calidad de vida. La mayoría de las guerras que libraremos a partir de ahora serán así. Todavía podemos decidir si dejamos que Europa se convierta en una península del continente asiático o si luchamos por q tenga algo que decir en el mundo que viene.
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