A veces me pregunto cuántas veces al día pronunciamos palabras como pandemia, alerta y fallecidos; en cuántas ocasiones, en nuestros trabajos, contextualizamos lo que escribimos usando términos como oleada, curva o cuarentena. Cada vez que abría los ojos los primeros días de este encierro voluntario -ya llevo 24 en casa- volvía a descubrir que no podía salir a la calle. Mi mente decidía por unos segundos ignorar la realidad y empezaba a imaginar situaciones cotidianas, nada excepcionales. Y, de repente, llegaba la pena. Todos los días eran como la primera vez, pero el desconsuelo no era por tener que quedarme en casa, sino porque todo eso que no podemos dejar de nombrar seguía ahí, esperándonos. Luego llegaban los memes, los chistes por Whatsapp, las anécdotas compartidas.
Hay un niño en mi calle que de vez en cuando grita “¡Gracias, hospital!”, “¡Coronavirus, fuera de aquí!”. A veces lo escucho desde la terraza, adonde me traslado los días que parecen un anticipo del verano. Siempre me hace sonreír. Grita cuando siente que necesita hacerlo, no necesariamente a la hora de los aplausos. Pienso en cuántos años tendrá y cuántas de estas palabras que nunca había escuchado hoy usa con regularidad.
Ayer llegó hasta mi balcón una carta que pertenece a un juego infantil. Cayó desde algún piso superior y acabó posada en la barandilla, dejando al descubierto una cara que tiene dibujadas dos imágenes: dos maletas de viaje. Recordé los planes que ya no cumpliremos.
Hace días que no me sorprendo cuando me despierto. Hasta mi mente parece haberse acostumbrado a la cuarentena. La sensación de desasosiego, sin embargo, continúa intermitente. Me cuesta concentrarme, apenas he leído estas tres semanas algo que no sean periódicos.
Decía el periodista Carlos Alsina, hace unos días, que tenía miedo de que se nos fuera acabando a todos el ánimo, “que los memes dejen de resultarnos divertidos, que se nos atraganten los vecinos, que las ganas de aplaudir flaqueen y que el Resistiré se nos haga bola”.
Hay quien asegura que después del coronavirus no seremos los mismos. Otros están convencidos de que esta epidemia, igual que otras a lo largo de la historia, no nos cambiará como ciudadanos ni trastocará la forma en que vivimos: tanto el sistema financiero como nuestro modelo de globalización seguirán igual. Lo que sí sabemos es que hay mucha gente que no será la misma después de la nueva crisis económica que ya está llegando. Para hablar de ella, para rellenar notas de prensa y páginas de periódicos, no tendremos que aprender nuevas palabras. Hay quien no ha dejado de usarlas desde 2008.
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