El primer disco que escuché de Ismael Serrano – Papá cuéntame otra vez– me lo prestó mi amigo Pablo cuando estábamos en segundo de BUP. Era de su hermano. Fue también él quien me descubrió a Silvio Rodríguez – Y Mariana-, a pesar de que en casa y en el coche de mis padres era habitual escuchar la voz del cubano. Desde entonces han pasado más de 15 años y 11 conciertos de Ismael. El martes, antes de ir al undécimo recital, en el Teatro Guimerá, pensaba en cómo me gustaba entonces el vallecano y en cómo me gusta ahora. Sigo acudiendo a escucharlo siempre que puedo, lo he entrevistado dos veces, he escrito un par de crónicas de sus actuaciones. Lo he visto en Sevilla y en Tenerife. Siempre acaba emocionándome, pero los sentimientos de los primeros años han cambiado bastante. Ahora a veces me cansa su pose teatralizada, su excesiva soleminidad, y hay canciones que no me terminan de convencer. Me ha costado reconcerlo. Supongo que es algo que ocurre con los ídolos, pero sobre todo con los ídolos que uno encuentra cuando tiene quince años. Sus canciones me descubrieron entonces la plasticidad de decenas de palabras que apenas había escuchado y que, de repente, tenía muchas ganas de utilizar. Creo, de hecho, que cuando empecé a escribir artículos de opinión en La Gaceta de Canarias -estaba en tercero de carrera- mi exceso de retórica tenía mucho que ver con aquellas canciones y aquellas palabras. Como si necesitara usarlas todas, retorcerlas para exprimir su significado. Luego, el tiempo pasa, seguimos descubriendo palabras y personas, cambiamos de ídolos, pulimos el estilo en lo posible.
El primer concierto al que fui de Ismael se celebró en las antiguas terrazas de verano. Fui con unas amigas -recuerdo que me había enfadado con Pablo, aunque no por qué- a un encuentro de cantautores. Imagino que también estarían Pedro Guerra, Rogelio Botanz y alguno más. Pablo vino a buscarme hasta una mesa en la que nos habíamos sentado a tomar algo antes del concierto para que viera algo. Ese algo era Ismael, apostado en una barra algo escondida, en medio de la gente, tomándose un wiskhy (si la memoria o la imaginación no me falla). Por supuesto, no me acerqué a él, a pesar de que Pablo me lo propuso. Solo lo observé desde la distancia. Pablo desterró a Ismael de sus referentes hace tiempo. Creo que el último concierto al que fuimos juntos fue de Björk y fue el mismo verano que vimos a Andrés Calamaro. Seguimos compartiendo mucha música. Yo no he hecho lo mismo con Ismael, pero he cambiado. O ha cambiado él. Eso sí, cuando canta Vértigo, Últimamente o Ya ves (la lista, en realidad, es mucho más amplia) me siento como si el tiempo no hubiera pasado.
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