Seguramente antes también se colaba en las conversaciones, pero no nos dábamos cuenta. La gestión de los bancos nunca ha colonizado tantos encuentros casuales entre amigos, tantas cervezas y cafés. La crisis ha provocado una indignación generalizada hacia esos que, encargados de administrar nuestro dinero, decidieron jugar en el gran casino del mercado. Durante muchos años a nadie le importó demasiado. La banca siempre gana, decían, y era verdad. Ellos seguían anotando ceros en sus cuentas y nosotros -ilusos- creímos que hacíamos lo mismo, pero a otra escala. Guardaban nuestro capital de clase media a cambio de unos euros por el mantenimiento de la cuenta. Cuando nos dimos cuenta de que todo se iba al garete ya era tarde. Los gigantes bancarios habían perdido mucho dinero y el nuestro, encima, era prestado. Los gobiernos decidieron que para evitar el colapso los ciudadanos tenían la obligación de costear la desgracia.
A partir de ese momento nuestra indignación, con razón, se multiplicó. De repente aprendimos qué era la desregulación bancaria y no nos hizo ninguna gracia.
Ahora, cuando una hace cola en un cajero, casi siempre escucha alguna queja triste. Algunos no pueden llegar a fin de mes y otros tienen miedo de que el pseudo corralito chipriota termine llegando a una España que se empeña en no ser Uganda y en no ser Chipre, pero donde casi todo va mal. Hay muchas variantes, pero en más de una ocasión me he encontrado con distintas versiones de la misma cantinela. Gente que se queja de que los bancos cobren comisiones. “Con lo que ganan con mi dinero, ¿cómo es posible que encima me cobren?” Si realmente estuviéramos tan hartos de este sistema y de esta desregulación sin fin no nos haríamos esa pregunta. No es el mejor momento para decirlo, pero yo quiero pagar por que me guarden el dinero, por sacarlo de miles de cajeros repartidos por todo el país y por poder hacer transferencias desde el sillón de mi casa. Lo que no quiero es que encontrar una entidad que practique la “banca ética” sea un auténtico milagro. La transparencia, el civismo y los valores no pueden ser la excepción.
La banca, por impopular que sea hoy, todavía es una buena idea. Eso sí, debemos tener claro que nos corresponde a nosotros decir cómo queremos que sea. En la gran pantalla y en la literatura los ladrones de bancos suelen ser los héroes. Cambiemos el esterotipo.
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