Lo dijo una vez Goethe, probablemente durante aquellos días en que Napoleón se ahogaba de imperialismo: "Prefiero la injusticia al desorden". Seguramente ya intuía la definición que un siglo después se popularizó de la boca de Groucho Marx: "La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados".
La política, como dijo una voz anónima una vez, también es el arte de obtener el dinero de los ricos y el voto de los pobres con la promesa de proteger a los unos de los otros. La política es ese culebrón que anega las portadas de los periódicos y las cadenas de televisión, esa telenovela que se escucha de fondo en el comedor, a la que nadie presta especial atención, pero que no encuentra una competencia mejor en otro canal.
En Canarias, ese serial cuenta estas semanas que el Partido Popular, henchido de ideología y compromiso, no pudo mantener su noviazgo repetido en la historia con su socio de Gobierno, Coalición Canaria. Tuvo que salir huyendo y colocarse al otro lado, en la tierra donde estarán –dicen las encuestas- los próximos gobernantes de este país. Lo hizo después de diseñar los presupuestos escuálidos de la Comunidad Autónoma, consecuencia de esa crisis que no nos abandona ni en sueños, y que administra el Partido Socialista desde Ferraz.
Desde el exilio, sin embargo, el PP comenzó a ver la realidad algo alterada. Ni siquiera reconocía ya los ábacos que había utilizado para gestionar la vida de todos los canarios durante el próximo año. Ahora sólo falta -y no es nada descabellado- que los socialistas canarios, inmersos en otra debacle más de las suyas, abanderen un reparto económico del que nunca fueron partícipes.
Y Canarias, los canarios, mientras, miran. Pero ya no miran estupefactos. Ya no se sorprenden ante tanto interés sin camuflar, ante tanto desprecio hacia este porvenir incierto. Saben que los políticos prometen construir puentes sobre ríos que no existen, que desembocan en océanos que sólo aparecen en cartografías imaginarias. Que se comprometan a dibujar caudales sobre infraestructuras endebles, tampoco es tan descabellado.
Decía Mario Benedetti, en sus Geografías escritas desde el exilio, que de repente se dio cuenta, mientras recordaba detalles de su Montevideo natal, de que "todos los paisajes cambiaron, en todas partes hay andamios, en todas partes hay escombros. Mi geografía también ha cambiado". "Eso dicen, que al cabo de diez años todo ha cambiado, que la avenida está sin árboles y no soy quién para ponerlo en duda: ¿acaso yo no estoy sin árboles y sin memoria de esos árboles que según dicen ya no están?". El tiempo no se puede detener. Las transformaciones no se pueden sofocar. La involución sí se puede, y se debe, aplacar con contundencia.
La política, como dijo una voz anónima una vez, también es el arte de obtener el dinero de los ricos y el voto de los pobres con la promesa de proteger a los unos de los otros. La política es ese culebrón que anega las portadas de los periódicos y las cadenas de televisión, esa telenovela que se escucha de fondo en el comedor, a la que nadie presta especial atención, pero que no encuentra una competencia mejor en otro canal.
En Canarias, ese serial cuenta estas semanas que el Partido Popular, henchido de ideología y compromiso, no pudo mantener su noviazgo repetido en la historia con su socio de Gobierno, Coalición Canaria. Tuvo que salir huyendo y colocarse al otro lado, en la tierra donde estarán –dicen las encuestas- los próximos gobernantes de este país. Lo hizo después de diseñar los presupuestos escuálidos de la Comunidad Autónoma, consecuencia de esa crisis que no nos abandona ni en sueños, y que administra el Partido Socialista desde Ferraz.
Desde el exilio, sin embargo, el PP comenzó a ver la realidad algo alterada. Ni siquiera reconocía ya los ábacos que había utilizado para gestionar la vida de todos los canarios durante el próximo año. Ahora sólo falta -y no es nada descabellado- que los socialistas canarios, inmersos en otra debacle más de las suyas, abanderen un reparto económico del que nunca fueron partícipes.
Y Canarias, los canarios, mientras, miran. Pero ya no miran estupefactos. Ya no se sorprenden ante tanto interés sin camuflar, ante tanto desprecio hacia este porvenir incierto. Saben que los políticos prometen construir puentes sobre ríos que no existen, que desembocan en océanos que sólo aparecen en cartografías imaginarias. Que se comprometan a dibujar caudales sobre infraestructuras endebles, tampoco es tan descabellado.
Decía Mario Benedetti, en sus Geografías escritas desde el exilio, que de repente se dio cuenta, mientras recordaba detalles de su Montevideo natal, de que "todos los paisajes cambiaron, en todas partes hay andamios, en todas partes hay escombros. Mi geografía también ha cambiado". "Eso dicen, que al cabo de diez años todo ha cambiado, que la avenida está sin árboles y no soy quién para ponerlo en duda: ¿acaso yo no estoy sin árboles y sin memoria de esos árboles que según dicen ya no están?". El tiempo no se puede detener. Las transformaciones no se pueden sofocar. La involución sí se puede, y se debe, aplacar con contundencia.
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