La tristeza no suele tener demasiados problemas para convertirse en okupa de las portadas de los diarios. Cuando ese dolor se contextualiza con un cautiverio de más de 40 días, se adereza con personas dedicadas a una profesión muchas veces novelada, y se ayuda del poder de las nuevas tecnologías, el secuestro del Alakrana es una serie televisiva con todos los ingredientes oportunos. La única excepción es que no hay dosis de ficción que amortigüen las barreras que marcan las aguas internacionales, construidas por una extraña diplomacia.
No es la primera vez que todo un país sigue un secuestro a través de los medios de comunicación. Muchos recordamos aquel fin de semana eterno, en el que Miguel Ángel Blanco perdió la vida de una manera muy lenta y muy dolorosa. Con demasiado morbo de por medio, con la sensibilidad luchando contra sus propios límites, aquel hombre fue retenido por los sicarios de un nacionalismo exacerbado que aún hace estragos en este país. Las horas corrían veloces y los relojes eran objetos sometidos a un odio repentino. No hubo español que no mirara aquella caja tonta con miedo, invocando a dioses en los que no creía, intentando pensar que todo aquéllo sólo era una serie más de esas que empezaban a tomar fuerza en la pequeña pantalla de los años 90.
Hoy, años después, perviven las mismas cadenas de televisión y algunas nuevas han levantado imperios hegemónicos. Entre tanto, los teléfonos móviles han experimentado una carrera veloz que los ha colocado entre los elementos indispensables dentro de cualquier vida. Hay quien ya se ha aventurado a cuestionar qué hubiera ocurrido si los oscuros días de agonía de Miguel Ángel Blanco hubieran contado con el añadido del teléfono. La crónica de tanta miseria junta, en primera persona, habría llegado a borbotones hasta nuestras mentes, inundado de angustia nuestros corazones y, también, debilitado la imagen de todo Gobierno erigido como negociador. Esos días no hubo cambio de rumbo en las políticas españolas, no se acercaron presos hasta las cárceles vascas, no se bajó la franja construida para defender la democracia y la libertad de la ira, la enajenación política y la violencia desmesurada y arbitraria de unos pocos. Presumiblemente eso no ocurrirá estas semanas en las que el Ejecutivo de Zapatero busca un pasadizo entre las leyes para alcanzar un acuerdo que no permita el asesinato televisado de estos hombres. ¿Cómo dejar que los piratas acometan la matanza frente a la inactividad del Ejecutivo, que tanto ha de velar por nosotros? Es una cuestión tan difícil de responder como la que indaga en los límites de la democracia. ¿Hasta dónde llega la diplomacia, hasta dónde el valor de una vida y hasta dónde la presión popular? El Gobierno se enfrenta estos días a un debate moral de consecuencias inexploradas. El presidente ya ha pedido mesura a los medios de comunicación, alegando que se está proporcionando demasiada información a los malos de este filme. Nada dicen de que sus ciudadanos están viendo cómo el que les garantizó el bienestar ofrece millones de euros pero no consigue salvar vidas. Y entre tanto serial rocambolesco, lo único que no tiene precio son las lágrimas de las familias. Haya móviles cerca o no.
No es la primera vez que todo un país sigue un secuestro a través de los medios de comunicación. Muchos recordamos aquel fin de semana eterno, en el que Miguel Ángel Blanco perdió la vida de una manera muy lenta y muy dolorosa. Con demasiado morbo de por medio, con la sensibilidad luchando contra sus propios límites, aquel hombre fue retenido por los sicarios de un nacionalismo exacerbado que aún hace estragos en este país. Las horas corrían veloces y los relojes eran objetos sometidos a un odio repentino. No hubo español que no mirara aquella caja tonta con miedo, invocando a dioses en los que no creía, intentando pensar que todo aquéllo sólo era una serie más de esas que empezaban a tomar fuerza en la pequeña pantalla de los años 90.
Hoy, años después, perviven las mismas cadenas de televisión y algunas nuevas han levantado imperios hegemónicos. Entre tanto, los teléfonos móviles han experimentado una carrera veloz que los ha colocado entre los elementos indispensables dentro de cualquier vida. Hay quien ya se ha aventurado a cuestionar qué hubiera ocurrido si los oscuros días de agonía de Miguel Ángel Blanco hubieran contado con el añadido del teléfono. La crónica de tanta miseria junta, en primera persona, habría llegado a borbotones hasta nuestras mentes, inundado de angustia nuestros corazones y, también, debilitado la imagen de todo Gobierno erigido como negociador. Esos días no hubo cambio de rumbo en las políticas españolas, no se acercaron presos hasta las cárceles vascas, no se bajó la franja construida para defender la democracia y la libertad de la ira, la enajenación política y la violencia desmesurada y arbitraria de unos pocos. Presumiblemente eso no ocurrirá estas semanas en las que el Ejecutivo de Zapatero busca un pasadizo entre las leyes para alcanzar un acuerdo que no permita el asesinato televisado de estos hombres. ¿Cómo dejar que los piratas acometan la matanza frente a la inactividad del Ejecutivo, que tanto ha de velar por nosotros? Es una cuestión tan difícil de responder como la que indaga en los límites de la democracia. ¿Hasta dónde llega la diplomacia, hasta dónde el valor de una vida y hasta dónde la presión popular? El Gobierno se enfrenta estos días a un debate moral de consecuencias inexploradas. El presidente ya ha pedido mesura a los medios de comunicación, alegando que se está proporcionando demasiada información a los malos de este filme. Nada dicen de que sus ciudadanos están viendo cómo el que les garantizó el bienestar ofrece millones de euros pero no consigue salvar vidas. Y entre tanto serial rocambolesco, lo único que no tiene precio son las lágrimas de las familias. Haya móviles cerca o no.
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