Héctor Abad Faciolince tardó casi 20 años en contar la muerte de su padre a manos de los paramilitares. “El olvido que seremos” es una especie de libro de memorias donde narra en primera persona cómo ese médico, activista de los derechos humanos, padre y marido cariñoso, profesor universitario empeñado en combatir la desigualdad, acabó tiroteado el 25 de agosto de 1987 a las puertas del Sindicato de Maestros de su ciudad. Pero, al mismo tiempo, es mucho más que la historia sobre su asesinato y el clima irrespirable de la Colombia de aquellos años: es, sobre todo y contra todo pronóstico, un alegato en favor de la tolerancia.
Escribir sobre los recuerdos propios exige una tarea de honestidad constante, una lucha contra los tópicos y los sentimentalismos. Héctor Abad no solo logra evitarlos al recrear los años de su infancia, sino que reconstruye la amorosa relación que tenía con su padre y las obsesiones que este padeció desde que le alcanza el recuerdo. Así, cuenta cómo siempre manifestó un compromiso con la justicia, tanto que no se calló cuando sus compañeros de batallas empezaron a correr la misma suerte que le esperaba a él. Pero, también, cómo, sin querer, focalizó parte importante de su malestar en el Estado en detrimento de los grupos izquierdistas, aunque nunca siendo condescendiente con sus acciones, muchas veces sangrientas.
El día que dos sicarios acabaron con su vida fue, probablemente, el más duro para su familia, pero no puede decirse que fuera una sorpresa. No era un secreto que estaba en el disparadero -cuando murió llevaba en el bolsillo una lista de objetivos abatir, además del famoso poema de Jorge Luis Borges cuya autoría tanto se debatió luego-, pero todos pensaron que su bondad era su mejor escudo.
Ese espíritu tolerante lo llevó durante años a denunciar las injusticias que padecían tantos colombianos y a recorrer los barrios más marginales de Medellín en compañía de sus alumnos de Medicina para enseñarles que la mejor política de salud era acabar con esa desigualdad de oportunidades que lastraba el futuro de tanta gente.
Y esa misma forma de entender la vida, basada en el respeto por todos sus semejantes, fue, también, lo que le permitió no tener fe y compartir su vida con una mujer con profundas raíces católicas. Esa convivencia entre dos concepciones del mundo, “entre el humanismo y la divinidad”, es una de las enseñanzas más valiosas de estas 319 páginas. Seguramente por eso, Héctor Abad hijo estudió en colegios religiosos, pero en casa siempre tuvo “un asilo nocturno e ilustrado”, su padre.
Todo indica que esa comprensión de la vida y de las relaciones humanas se la dejó en herencia a su hijo, porque este libro no respira venganza, sino que es, más bien, el resultado de la necesidad del autor por mantener vivo el recuerdo de su padre y por trazar su propia historia sentimental y la de los suyos. Esta crónica vital se centra en él y su padre, pero hay espacio para una madre que ejerció sin dificultad el rol de cabeza de familia, representando valores feministas sin saberlo, y para unas hermanas que hicieron de la infancia de Héctor Abad un lugar eminentemente femenino.
“Ya somos el olvido que seremos. El polvo elemental que nos ignora y que fue el rojo Adán y que es ahora todos los hombres y que no veremos”, escribió el poeta argentino en el poema que da nombre al libro y que el doctor Abad llevaba encima el día de su muerte. Esa certeza es un aprendizaje que todos debemos hacer en algún momento de nuestras vidas y un proceso en el que solo nos puede consolar algo: la defensa de nuestros ideales, que al final es la mejor forma de sobrevivir a la muerte.
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