"El velo convive con el tanga, pero en Francia los dos están prohibidos en la escuela”. La síntesis corresponde a Tzvetan Todorov, que hoy disertará en Tenerife sobre las fronteras que la propia participación ciudadana, desmotivada y con demasiados miedos a cuestas, sobrevive en la democracia actual. Lo hará acompañado del politólogo Sami Naïr justo cuando la polémica de Najwa, una niña que ha tenido que dejar de asistir a clase por llevar velo, se ha convertido en tertulia de intelectuales, pero también de sobremesa. Mientras Francia inicia la odisea para legislar el uso del burka, en España el desencuentro se abre, de manera tímida, con alguna pintada obscena de tintes racistas a las puertas de las aulas, con menores decididas a defender la ‘libertad’ religiosa de la pequeña y con una desorientación política que no ayuda demasiado. “No me lo quito porque no quiero”, se defendió Najwa. “No me gusta ningún velo, pero hay que abogar por la tolerancia”, respondió en los medios de comunicación la ministra de Igualdad, Bibiana Aído. Y, entre tanta comparecencia repentina, tanto desconocimiento sobre los límites de la religión, y con el pánico infundado a la barbarie, la pregunta siguió ahí: ¿Qué daño puede hacer que una chica lleve cubierta la cabeza?
La respuesta parece evidente: el reglamento de un centro no puede estar por encima de la Constitución. Las reacciones populares, sin embargo, se han colocado lejos de la pedagogía y se han afincado en el territorio del nacionalismo más abrupto y desestabilizador. “Nos separan la Revolución Francesa y el Corán. No se puede ser tolerante con los intolerantes”, se podía leer en algún foro ayer. La teórica izquierda de este país, con un ideario minado y temerosa de la derechización de la sociedad -común en todo el Viejo Continente- no contribuye a hacer más jugoso este debate que promete más capítulos. Desconoce cuáles son los valores que debe ensalzar para asegurarse un ideario asequible y engatusador. Manuel Chaves y miembros de Izquierda Unida en Madrid se mostraron más cautos. El vicepresidente del Gobierno abogó por legislar a nivel nacional; IU, en cambio, fue tajante en su defensa de la menor, alegando que se están perjudicando sus derechos fundamentales . La explicación dada por Sami Naïr en diferentes publicaciones puede ayudar a abrir una senda de acuerdo: “No hay diferencias de fondo entre llevar el burka por consentimiento religioso o llevarlo por imposición patriarcal: el consentimiento de unas sirve para justificar la sumisión de otras”. Ésa es la verdadera razón, el argumento solidario por el que deberíamos decir no a este tipo de atuendo en lugares públicos. No porque veamos a los inmigrantes -todos somos extranjeros en algún momento de nuestras vidas- como seres que vienen a derrocar un sistema, el nuestro, que ya enseña incontables grietas. Sólo con la empatía como modo de vida, la violencia, el exterminio del extraño y los vigorosos muros, caerán para dejar paso a la multiculturalidad. Y así se lo podremos hacer entender a los demás. Eso será un regalo para toda la humanidad, sin importar qué bandera ondee.
La respuesta parece evidente: el reglamento de un centro no puede estar por encima de la Constitución. Las reacciones populares, sin embargo, se han colocado lejos de la pedagogía y se han afincado en el territorio del nacionalismo más abrupto y desestabilizador. “Nos separan la Revolución Francesa y el Corán. No se puede ser tolerante con los intolerantes”, se podía leer en algún foro ayer. La teórica izquierda de este país, con un ideario minado y temerosa de la derechización de la sociedad -común en todo el Viejo Continente- no contribuye a hacer más jugoso este debate que promete más capítulos. Desconoce cuáles son los valores que debe ensalzar para asegurarse un ideario asequible y engatusador. Manuel Chaves y miembros de Izquierda Unida en Madrid se mostraron más cautos. El vicepresidente del Gobierno abogó por legislar a nivel nacional; IU, en cambio, fue tajante en su defensa de la menor, alegando que se están perjudicando sus derechos fundamentales . La explicación dada por Sami Naïr en diferentes publicaciones puede ayudar a abrir una senda de acuerdo: “No hay diferencias de fondo entre llevar el burka por consentimiento religioso o llevarlo por imposición patriarcal: el consentimiento de unas sirve para justificar la sumisión de otras”. Ésa es la verdadera razón, el argumento solidario por el que deberíamos decir no a este tipo de atuendo en lugares públicos. No porque veamos a los inmigrantes -todos somos extranjeros en algún momento de nuestras vidas- como seres que vienen a derrocar un sistema, el nuestro, que ya enseña incontables grietas. Sólo con la empatía como modo de vida, la violencia, el exterminio del extraño y los vigorosos muros, caerán para dejar paso a la multiculturalidad. Y así se lo podremos hacer entender a los demás. Eso será un regalo para toda la humanidad, sin importar qué bandera ondee.
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