Dicen que el destino depende, en primer lugar, de los estadistas. Luego, de los intérpretes que dedican su vida a dilapidar las connotaciones que esconden las palabras patentadas por cada lengua. Así y todo, hay sensaciones que, simplemente, no encuentran equivalencia cuando se traspasan las fronteras con las que la orografía, y los idiomas, han dibujado la cartografía de estos días. Ellos se esfuerzan en esculpir similitudes, en derruir los muros construidos tras siglos de historia, pero los vocabularios y las gramáticas siguen batallando por su parcela de originalidad. Esta guerra, rociada de un romanticismo tan lícito como necesario, ha pasado a un segundo plano desde que la sección de Política de los periódicos se ha adueñado de la palabra lengua. Ya no es patrimonio de esa cultura que reivindica su lugar entre las últimas páginas de los vetustos periódicos, que insiste en demostrar que hasta la melodía de una palabra lleva adheridos sentimientos. Los políticos, armados con conce...